El
día de los abuelos en tiempos de Coronavirus
Ángel Gutiérrez Sanz
La sociedad moderna desdeña todo lo que no
es joven y productivo. Los abuelos han dejado de ser un punto de referencia
para convertirse en trastos inútiles que en todas las partes estorban. A modo
de protocolo se les concede un día cada año para que les prestemos atención,
aprovechando la festividad de S. Joaquín
y Sta Ana, considerados los abuelos por antonomasia. A ellos les cupo el enorme
privilegio de serlo, nada menos que de Ntro. Señor Jesucristo y quedar inmersos
en el trascendental misterio de la Redención humana, eso sí de forma silenciosa
y casi anónima. Es difícil imaginarse
honor tan grande como el de engendrar a quien habría de ser el sagrario de Dios
mismo. Joaquín quiere decir “Preparación del Señor” y Ana significa gracia.
Ambos vivían en Nazaret y cuando parecían perdidas todas las esperanzas de
tener hijos, sus súplicas llegaron hasta el Altísimo, siendo llamados por
expresa voluntad divina a cumplir uno de los más excelsos designios, cual fue
la de ser padres nada menos que de María, la elegida de Dios. En agradecimiento
a este favor divino decidieron consagrar el fruto de sus entrañas
presentándola en el templo, cuyo
sacerdote pronunció estas proféticas palabras “El Señor ha engrandecido tu nombre por todas las generaciones, pues al
fin de los tiempos manifestará en ti su redención a los hijos de Israel”.
Seguramente Joaquín y Ana no fueron
plenamente conscientes de su misión en los planes divinos, ni siquiera pudieron
tener en sus brazos al hijo de María y deleitarse con su tierna sonrisa. Todo
hace suponer que abandonaron este mundo antes de que se constituyera la sagrada
familia. Debieron morir sin saber que
Dios se había encarnado en uno de sus descendientes. Así son los designios
divinos.
Como compensación Joaquín y Ana son
venerados hoy como los patrones de los
abuelos, siendo para todos ellos espejo donde puedan mirarse. De forma oculta y
silenciosa los abuelos de Jesús se han convertido en el faro de un colectivo
cada vez más numeroso, que pasa por sus horas bajas y se ve más necesitado que
nunca de esperanza y de que alguien se
acuerde de ellos.
Desde hace mucho tiempo se viene diciendo
que los mayores ya no cuentan en nuestra sociedad; es más diríamos que molestan
aún a pesar de que haya habido gestos por parte de los organismos
internacionales, como puede ser por ejemplo la declaración del año
internacional de los mayores y
dedicarles un día al año que coincide con el día 26 de Julio, festividad de S.
Joaquín y Sta. Ana. La verdad es que todo esto no dejan
de ser protocolos que sirven de bien poco si no van acompañado de un cambio de
actitudes. Nos lo acaba de demostrar el acontecimiento luctuoso de la pandemia
del coronavirus y sus trágicas consecuencias, que se han cebado con este
colectivo especialmente vulnerable, sin que los organismos competentes hayan
sido capaces de reaccionar a tiempo.
Este hecho por si solo es acusatorio de
innumerables negligencias y pone bien a las claras que los abuelos no están
recibiendo el trato que merecen y del que se ha hecho sobradamente acreedores.
Este sería un buen motivo para comenzar a concienciarnos de que los mayores
están necesitando mayor atención en orden a satisfacer tres necesidades
urgentes. En primer lugar la salud. Resulta escandaloso lo sucedido en estos meses
de pandemia, donde según se va sabiendo no pocas de estas personas más
vulnerables fueron abandonadas a su suerte. Falta por saber si llegó a ponerse en práctica la
eutanasia pasiva. Naturalmente asuntos
tan graves debieran ser clarificados.
Los datos son escalofriantes al respecto.
Según se puede leer el 67,3 % de las muertes de coronavirus se han producido en Residencias Españolas de
Mayores, donde los mayores fallecían aislados y desatendidos o
morían en sus casas solos, dándose el caso de
que algunos de ellos eran encontrados por los bomberos en sus camas días
después de fallecer, mientras otros esperaban inútilmente a que se les aplicara
el test de verificación que nunca llegó.
No solo en lo concerniente a la salud,
también en cuanto al trato personal, los mayores requieren una mayor atención.
Sin duda otra de las necesidades
urgentes es la falta de comunicación y
de calor humano. La soledad en la que viven muchos de nuestros ancianos ya lo
sabíamos, pero ha sido necesario que la pandemia del coronavirus nos lo
mostrara de forma dramática. El aislamiento en que viven muchas de estas
personas llega hasta el punto que su desaparición puede tardar días en ser detectada, incluso meses. Durante el
largo periodo del confinamiento, la gente no sabe que muchos de los ancianos que vivían solos permanecían
aislados con graves problemas de abastecimiento, incluso con la casi
imposibilidad de poder ir a recoger sus medicinas a la farmacia. Al ya grave
problema de soledad que habitualmente
venían soportando estas personas de mucha edad, vino a añadirse el plus de aislamiento que supone toda
reclusión prolongada, sin poder salir a la calle y entrar en contacto con
alguien, sin poder compartir sus
preocupaciones y temores con un alma caritativa dispuesta a escucharles ,
aunque fuera el tendero de la esquina. Aparte
de la salud, este otro grave problema del abandono y el olvido
ha de ser abordado hasta conseguir que los ancianos no se sientan expatriados,
carentes de espacio para la convivencia social
Por si fuera poco, los jubilados en su gran mayoría se
ven obligados a afrontar un tercer infortunio
que es precisamente el de la penuria económica. El mero hecho, de hacerse viejo
es ya sentir de cerca la amenaza de la pobreza. Según el informe de Cáritas son
muchas las personas mayores que carecen de los medios necesarios para vivir
dignamente y poder acabar el mes despreocupadamente. Si como es de suponer la pandemia que nos está
castigando trae aparejada una crisis económica que va afectar a todos, fácil es
deducir que la situación de la tercera edad se va a hacer poco menos que
insostenible, si las autoridades políticas y administrativas no se dan por
aludidas.
Pasó ya el tiempo de las buenas intenciones, de las promesas
y las bonitas palabras, de las declaraciones solemnes de los derechos de los mayores,
de los planes internacionales de envejecimiento etc. Lo que estamos necesitando es una política
social que se traduzca en hechos y realidades que
ponga fin a tanta injusticia social. Cuando
menos a nuestros mayores se les debiera dar ese amor y reconocimiento que merecen y
que se lo han ganado a pulso. Pues como bien decía Cicerón: “El peso de la edad
es más leve para el que se siente amado y respetado por los jóvenes”.
Los que aún somos creyentes seguimos esperando que
este sector de los abuelos, cada vez más numeroso en nuestra sociedad, se vea
favorecido por la intercesión de sus excelsos patrones San Joaquín y Santa Ana, para que haciendo causa común, un día pueda volver a ellos la
esperanza .