Relativizar lo relativo
P. Fernando Pascual
18-7-2020
Ese accidente dejó heridas.
Esa fiesta emborrachó a muchos. Esa calumnia destruyó parte de la fama de un
inocente. Ese ascenso en el trabajo ilusionó a un empleado. Esas vacaciones
fueron un desastre. Esa medicina devolvió la salud a aquel enfermo.
Se suceden en nuestras vidas
momentos, algunos de mayor relevancia, porque nos marcan profundamente; otros
aparentemente más sencillos, como cuando se cae un vaso de cristal y perdemos
unos minutos en recoger pedazos por todas partes.
Lo que parece grande y lo que
parece pequeño, todas las cosas tienen un valor relativo cuando se comparan con
la eternidad. ¿En qué sentido? En que valen no en sí mismas, ni en relación con
el agrado o desagrado que provoquen: valen solo en tanto en cuanto nos acerquen
a la meta eterna.
Es un grave error que podemos
cometer: dar un valor absoluto a lo relativo, como si este triunfo fuese lo más
importante, o ese fracaso hubiese significado el fin de todas las posibilidades
personales.
Lo que parece benéfico o
dañino, lo que genera alegría o provoca lágrimas, todo pasa con el flujo de una
vida que avanza continuamente hacia lo único que vale la pena: el encuentro con
Dios.
Por eso necesitamos
relativizar lo relativo, para no dejarnos engañar por una apariencia como si
este momento se convirtiera en un final trágico o en un inicio completamente
venturoso.
Nada en el tiempo permanece
para siempre. Las lágrimas de hoy pueden ser mañana un motivo de fiesta. El
júbilo de ayer termina cuando vemos lo frágil que era aquella alegría
vulnerable.
Solo el amor tiene un valor
por encima de lo relativo. Porque el amor verdadero, el que nos une a Dios y a
los hermanos, vence al mal, está por encima de la corrupción, toca en lo
instantáneo algo de lo eterno.
“No os amontonéis tesoros en
la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y
roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni
herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu
tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6,19‑21).