RELIGIÓN Y REVELACIÓN
Padre Arnaldo Bazán
Cuando hablamos de religión nos estamos
refiriendo a un sentimiento que han experimentado los seres humanos de todas
las épocas. Esto se debió a que, por más primitivos que fuesen, los hombres se
dieron cuenta de la imposibilidad de comprender el mundo y sus circunstancias
sólo desde un punto de vista natural.
El ser humano, ayer y hoy, ha comprendido lo
absurdo que es pensar en un Universo regulado por leyes fijas y plagado de innumerables
maravillas hasta en los detalles más insignificantes sin que, al mismo tiempo,
se evoque a un Ser Superior, Suprema Inteligencia que todo lo ha planificado y
Poder Absoluto que todo lo ha creado.
LA
INCÓGNITA DEL HOMBRE
Todavía hoy, a pesar de los muchos avances de la
ciencia, no hay manera de responder a las preguntas más esenciales con respecto
a las causas y orígenes del mundo, lo mismo que a los límites del Universo y el
destino del ser humano.
Hemos de aceptar, con todo, que la religión sola
tampoco da respuesta alguna, sino que intuye que ésta no se encuentra ni en el
Universo ni en el ser humano.
Siendo la religión un sentimiento, mejor
todavía, una intuición, impulsó al hombre a pensar en Dios y a buscar las
respuestas que necesita a sus más profundas inquietudes, aunque ella misma no
sea capaz de encontrarlas.
LA
RELIGIÓN PRIMITIVA
La religión llevó al hombre a pensar que los
astros, los fenómenos de la naturaleza y hasta ciertos seres fabulosos eran los
que regían los acontecimientos y el devenir humano, y los llamó dioses,
rindiéndoles culto.
La religión se expresaba a través del culto, que
consistía, las más de las veces, en el ofrecimiento de sacrificios, ya de
frutos o de animales, e incluso hasta de seres humanos, a esos dioses en los
que creía. Estos sacrificios eran acompañados de ciertos ritos, que incluían
oraciones, imposiciones o pases de manos, unciones y lavatorios con agua o con
sangre.
El culto a los dioses solía tener un doble fin:
aplacar su ira o buscar su favor. Cuando las cosas salían malas, como, por
ejemplo, cuando había una mala cosecha o se presentaba un cataclismo natural,
los primitivos de todas las épocas lo han aceptado como fruto de la ira de los
dioses. Cuando aparecía la enfermedad la consideraban producto de la acción de
un mal espíritu.
Los templos paganos eran, por lo general,
bastante simples, pues se trataba, más que nada, de lugares para ofrecer
sacrificios. Aunque también, desde la Antigüedad, aparecieron templos
grandiosos que mostraban la categoría en la que eran tenidos los dioses a los
que eran dedicados.
La gente no acudía a esos templos a reunirse con
otros creyentes, ni a escuchar ningún tipo de sermones o enseñanzas, sino a
ofrecer sacrificios y a rezar, cada uno por su cuenta o con la ayuda de algún
sacerdote o hechicero, que era también el encargado de ofrecer los sacrificios.
UNA
RELIGIÓN NUEVA
La primera religión que rompe este esquema es la
del pueblo de Israel. Aquí se trata no ya de una religión en la que es el
hombre el que busca a Dios, sino en la que Dios sale al encuentro del hombre.
Fue Dios quien llamó a Abraham, con quien hace
un pacto o alianza, que luego se renovaría pública y solemnemente en el monte
Sinaí ya con todo el Pueblo de Israel, con Moisés a la cabeza.
Esta religión no exigía sacrificios, sino la
obediencia a la Palabra del Señor. Con todo, para evitar los peligros de la
idolatría, se permitiría que los israelitas ofrecieran un culto sacrificial,
pero en un solo lugar: el Templo. Poco a poco este pueblo fue desarrollando una
relación directa y clara con Dios.
Siglos antes de la venida de Cristo, durante el
exilio de Babilonia, se instituyó una reunión semanal, para que el pueblo se
congregara en un lugar especial, la sinagoga. Si al Templo se iba sólo en
contadas ocasiones durante el año, a la sinagoga había que acudir todos los
sábados.
DIOS SE
REVELA A SU PUEBLO
La religión israelita era algo muy diferente a
lo que se había visto hasta entonces. Aquí lo importante era la Revelación, la
Palabra de Dios, y no las acciones o pensamientos humanos. Era Dios, no el
hombre, quien llevaba la voz cantante y quien orientaba al pueblo, a través de
sus voceros, sobre lo que había que hacer.
Esta religión se distinguió, sobre todo, por su
énfasis en la existencia de un único Dios, al que se debía no sólo rendir
culto, sino sobre todo amar "con todo el corazón, con toda el alma y con
todas las fuerzas" (Deuteronomio 6,4).
Ya no quedaba lugar a la imaginación
calenturienta, ni a la invención de dioses por temor o pura conveniencia. El
problema era aceptar al Dios único, rendirle culto y servirle. A cambio, el
pueblo recibiría la seguridad del amor de su Padre y las promesas de una
herencia que duraría para siempre.
Al sentimiento religioso respondió Dios, por
fin, con una comunicación directa, primero con el Pueblo de Israel, la que
luego iba a extenderse a todos los hombres y mujeres de la tierra con la venida
de Jesús.
Así comienza la Carta a los Hebreos:
"En múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a
nuestros padres por los Profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado
por un Hijo, al que nombró heredero de todo" (1,1-2).
El cristianismo no es propiamente una religión,
sino una forma de responder a la Revelación de Dios. Los cristianos tratamos de
hacer realidad en nuestras vidas la virtud de la religión, brindando a Dios un
culto "en espíritu y en verdad", porque Cristo nos enseñó que es ése
el que, realmente, agrada al Padre.
El cristiano, hombre o mujer, es aquel que oye
la Palabra de Dios y trata de ponerla por obra, sabiendo que, al final de la
vida, podrá ver, por fin cara a cara, al que lo ha llamado a vivir eternamente
con El.
Arnaldo Bazán