Evangelizar desde la oración
P. Fernando Pascual
11-7-2020
La Iglesia recibe el Evangelio
y lo lleva al mundo. Por eso todos los católicos somos a la vez discípulos que
reciben y misioneros que ofrecen el don de Dios para los demás.
En esa tarea, los sacerdotes
tienen una misión particular, por estar íntimamente unidos a Cristo, por haber
sido enviados directamente por el Maestro a predicar y cuidar a sus ovejas (cf.
Lc 10,1-9).
También los laicos
contribuyen, cada quien según su estado de vida, en esa misión evangelizadora
de la Iglesia, como recuerdan tantos documentos del magisterio de los últimos
años.
Pero el trabajo evangelizador
puede convertirse en activismo, en esfuerzo inútil, si no se nutre de la
oración, del encuentro directo y enamorado con el Dios que es origen y fin de
nuestra existencia.
Al hablar a los sacerdotes en
la misa crismal del Jueves Santo de 2006, el Papa Benedicto XVI les decía:
“El simple activismo puede ser
incluso heroico. Pero la actividad exterior, en resumidas cuentas, queda sin
fruto y pierde eficacia si no brota de una profunda e íntima comunión con
Cristo. El tiempo que dedicamos a esto es realmente un tiempo de actividad
pastoral, de actividad auténticamente pastoral. El sacerdote debe ser sobre todo
un hombre de oración. El mundo, con su activismo frenético, a menudo pierde la
orientación. Su actividad y sus capacidades resultan destructivas si fallan las
fuerzas de la oración, de las que brotan las aguas de la vida capaces de
fecundar la tierra árida” (Benedicto XVI, 13 de abril de 2006).
También en diversas ocasiones
el Papa Francisco ha invitado a los sacerdotes a orar, a nutrirse de Dios
continuamente. En un retiro mundial para los sacerdotes, pedía lo siguiente:
“No pierdan la oración. Recen
como puedan, y si se duermen delante del Sagrario, bendito sea. Pero recen. No
pierdan esto. No pierdan el dejarse mirar por la Virgen y mirarla como Madre.
No pierdan el celo...” (Papa Francisco, 2 de junio de 2016).
Sin una sana vigilancia, sin
una disciplina continua y alegre, es fácil sucumbir a mil reclamos del mundo,
del demonio, de la carne, mientras la oración queda en un lugar secundario y el
alma se seca poco a poco.
En cambio, si recordamos
continuamente la belleza del Evangelio, si sentimos la mirada de Cristo en
nuestras almas, renovaremos el deseo de rezar cada día y seremos, así,
auténticos evangelizadores gracias a la experiencia del Amor que acogemos
directamente desde el Corazón de Dios.