Inmunes al desaliento
P. Fernando Pascual
27-6-2020
El desaliento es como un virus
que entra en los corazones, que paraliza la mente, que lleva a muchos a dejar
la lucha.
Por desaliento un monje
abandona su esfuerzo en la oración. Por desaliento unos esposos aguantan juntos
sin progresar en su amor. Por desaliento un joven deja de estudiar.
Ante los males del desaliento,
necesitamos ayudas para desarrollar un sistema “inmunitario” que venza ese
terrible enemigo.
A veces ayuda algo tan
sencillo como un poco más de sueño y de higiene personal, como recomendaba un
gran teólogo del medioevo, santo Tomás de Aquino.
Otras veces se requiere un
buen diagnóstico médico: hay desalientos que tienen su origen en una mala dieta
o en un daño en el sistema hormonal, y hace falta recurrir al especialista.
Cuando el desaliento surge del
egoísmo, de la envidia, de la avaricia, del rencor, de la lujuria, y de tantos
otros pecados, la confianza en Dios y una buena confesión se convierten en un
antídoto maravilloso.
Cada uno puede ver qué es lo
que mejor le sirva para empezar a vivir con más alegría, esperanza, amor, de
forma que el desaliento no pueda entrar en la propia vida.
Es cierto que hay situaciones
que nos superan y que generan daños muy graves. Una crisis económica, un cáncer
difícil de controlar, la traición de un amigo, pueden provocar penas muy hondas
y un inicio de desaliento.
Frente a esas situaciones, o a
otras más sencillas pero que también pueden dañarnos, el católico que vive
cerca de Dios, que reza con humildad y que participa del gran regalo de la
Eucaristía, tendrá una energía interior que le ayudará a vencer el desaliento.
En un mundo donde tantas
enfermedades del alma se difunden como virus agresivos, aprender a vivir desde
la fe nos hará estar mejor preparados, inmunes al desaliento, para trabajar
cada día por la llegada en los corazones del Reino que Cristo anunció con su
venida entre nosotros.