Mortalidad infantil y aborto
P. Fernando Pascual
27-6-2020
Diversas estadísticas hablan
de los millones de niños que mueren en los primeros cinco años de vida, muchos
de ellos en zonas donde hay desnutrición, falta de higiene, problemas con el agua,
incluso situaciones de guerra.
Esas estadísticas pueden
limitarse a presentar los hechos. Pero en la mente y el corazón de la gente
suscitarán seguramente un deseo por ayudar de modos concretos y efectivos para
que la mayoría de esas muertes infantiles sean evitadas.
Pero esas estadísticas se
hacen mucho más dramáticas cuando se juntan con otras estadísticas de
mortalidad, esta vez no referidas a niños ya nacidos, sino a hijos por nacer.
Millones y millones de
embriones y de fetos son eliminados, de formas diversas, a través de la así
llamada “interrupción del embarazo”, una fórmula con la que se busca dulcificar
lo que ocurre: la supresión voluntaria de la vida de un hijo antes de su
nacimiento.
Cada uno de esos millones de
abortos tiene su propia historia. Muchos de ellos serían evitables, como son
evitables tantas muertes de niños antes de los cinco años, con asistencia
social, con educación, con un acompañamiento respetuoso y eficaz a madres en
dificultad, con la defensa de la familia como institución de acogida de la
vida.
El mundo moderno, que puede
presumir de grandes conquistas tecnológicas y de un acceso al bienestar para
millones de personas nunca imaginado antes, no puede quedar indiferente ante la
muerte evitable de tantos niños pequeños y de tantos hijos antes de nacer.
Para ello, resulta
imprescindible conocer la realidad. Con ella se comprenden mejor esas
situaciones de injusticia que provocan muertes en los seres más indefensos de
la familia humana.
Desde ese conocimiento, será
posible buscar medios concretos, basados en el amor a la justicia, para que
todo hijo, antes o después del parto, encuentre las ayudas necesarias para un
desarrollo saludable desde la acogida en el mundo de los adultos.