Ante Cristo
P. Fernando Pascual
20-6-2020
Son diferentes las actitudes
de las personas y de los pueblos cuando ponen ante sí la figura de Jesús de
Nazaret.
Unos simplemente lo tratan
como un dato del pasado, con un papel importante, comparable con el de otros
personajes más o menos influyentes.
Otros llegan a una actitud
hostil ante su programa, sus “resultados”, sus seguidores, su “fracaso”. Sobre
todo, condenan su pretensión de haberse considerado como Dios.
Otros sienten algo de
curiosidad, como ante alguien que suscita interés por lo sorprendente de su
historia y de los hechos de algunos de sus seguidores más destacados (llamados “santos”).
Otros llegan a preguntarse si
su mensaje sería válido, si su Cruz tendría sentido, si la Resurrección habría ocurrido
y, por lo tanto, transformaría el mundo.
Ante la multitud de actitudes
del pasado y del presente, los cristianos dirigen su mirada a Jesús, Cristo,
Hijo del Padre e Hijo de María, desde una convicción profunda: es el Salvador
del mundo y está vivo.
Esa convicción choca contra el
relativismo de algunos, contra la ambición de otros, contra el deseo de placer
de quienes desean disfrutar de modo egoísta la vida presente, contra el odio de
quienes prefieren las sombras.
Pero Cristo mantiene hoy, como
hace dos mil años, su llamada a la conversión, su ofrecimiento de una
misericordia que salva, su promesa de una vida que vence el drama de la muerte.
Ante Cristo, hoy algunos
pasarán con prisas. Otros seguirán sumergidos en sus chats y sus músicas. Otros
harán un gesto de indiferencia y hostilidad. Otros lo reducirán a una tradición
superada por la historia.
Pero muchos hoy, como millones
de seres humanos a lo largo de 20 siglos de historia, dirán, desde lo más
íntimo de su corazón, palabras posibles solo con la ayuda de la gracia: “Tú
eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). “Tú tienes palabras de
vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios” (Jn 6,68‑69).