Pueblos desarticulados
P. Fernando Pascual
23-5-2020
Un pueblo queda desarticulado
cuando pierde el respeto hacia la vida de los inocentes, cuando no muestra
interés hacia la violencia sobre los débiles, cuando permite que los
gobernantes mientan descaradamente, cuando tolera injusticias laborales de todo
tipo, cuando legaliza el aborto (eliminación) de los hijos antes de nacer.
Por eso no sorprende que, ante
ciertas situaciones de mayor crisis, la gran mayoría se someta a las decisiones
de los gobernantes, aunque sean desastrosas, aunque carezcan de sentido, aunque
aplasten cualquier crítica constructiva con propagandas pagadas con dinero
público, o con acciones represivas de la policía y de los juzgados.
Lo que parecía difícil de
imaginar en las sociedades democráticas, la situación de la pandemia mundial de
2020 lo ha hecho realidad: la gente no solo se sometió a medidas y
restricciones que muchos dictadores del pasado nunca llegaron a imponer, sino
que incluso defendían medidas restrictivas cuestionables como si fueran
benéficas.
En realidad, conocemos si algo
es benéfico cuando con seriedad analizamos los hechos y sus aspectos favorables
y desfavorables. Pero, ¿hay un auténtico conocimiento de lo que implica la
difusión del coronavirus, de las medidas mejores para contenerlo, de las
terapias más eficaces?
Muchos dirán que para eso
están los especialistas. Pero los especialistas pueden (y tienen) opiniones
diferentes. Y no podemos garantizar que los que han sido consultados (o
presuntamente consultados) por las autoridades hayan ofrecido los mejores
consejos. Ni tampoco estamos seguros de que los gobernantes están aplicando
esos consejos u otros elaborados quién sabe cómo.
Si dejamos a un lado la
complejidad de la crisis sanitaria del COVID-19, y analizamos otras crisis del
mundo laboral, o de la banca, o de otros ámbitos, nos daremos cuenta de que las
sociedades carecen de elementos de juicio y de instrumentos eficaces para
exigir a los gobernantes una información lo más correcta posible y para pedir
cuentas de su gestión en ese tipo de situaciones.
Al mismo tiempo, muchas
personas ya están dañadas en su capacidad de juicio porque han aceptado
presupuestos ideológicos equivocados, o situaciones de hecho claramente
injustas, como ocurre en la aquiescencia generalizada ante el crimen del
aborto. Con personas así estamos ante pueblos desarticulados, empobrecidos,
incluso aborregados.
Solo cuando los pueblos, es
decir, las personas que los componen, empiecen a abrir los ojos ante la verdad,
serán capaces de denunciar injusticias legales que tanto daño hacen a toda la
sociedad y que provocan un número elevado de víctimas inocentes, un número que
nunca podrán reflejar todo el daño que se cometió contra ellas.
Con personas despiertas y bien
informadas habrá una mejor capacidad crítica ante programas electorales
confusos, ante candidatos que no merecen ninguna confianza, ante quienes hoy
hacen lo contrario de lo que ayer prometieron, y ante quienes ocultan
informaciones verdaderas en situaciones de crisis para que no se noten los
errores de su gestión.
Solo con esa capacidad crítica
será posible una resistencia firme y civilizada contra quienes engañan y rigen
a los pueblos con medidas absurdas o con intereses deleznables.
Y solo entonces se promoverá a
quienes luchan honestamente por eliminar injusticias legalizadas que tanto daño
han provocado, a quienes trabajan seriamente por el bien de las personas y de
los pueblos, y lo hacen desde el amor a la verdad y desde un respeto absoluto
hacia todos y cada uno de los miembros de la sociedad.