Ver la salida del túnel
P. Fernando Pascual
23-5-2020
El tren avanza veloz. A los
lados se estrecha el valle. Las colinas se acercan. Las paredes se levantan. De
repente, un fuerte golpe de viento y todo es oscuridad. Hemos entrado en el
túnel.
Si el túnel llega en una
carretera o autopista, podemos estar mejor preparados para el ingreso: anuncios
nos avisan, la boca negra se acerca inexorablemente: pronto estaremos allí
dentro.
En la vida suceden hechos que
poco a poco nos presagian la entrada en un túnel. Rencillas en el hogar.
Problemas en el trabajo. Impuestos que asfixian. Gobernantes incompetentes.
Cuando las dificultades se han
agigantado, entramos en un túnel. Como en el viaje de tren o de coche, en el
exterior domina la oscuridad. Sabemos que hemos entrado. Esperamos salir lo más
pronto posible.
Ocurre que hay túneles largos.
Uno desea llegar pronto a la salida para ver paisajes, para contar postes, para
fijarse en cultivos o en bosques, para calcular si vamos más rápido o más lento
que los coches cercanos.
Cuando menos se espera, o tras
algún indicio esperanzador, llegamos a la luz del día. El corazón se ensancha.
Hemos salido del túnel.
Pero en ciertas situaciones de
la vida, tras entrar en un túnel de problemas, los días pasan y no vemos seńales
de que nos acercamos al fin de lo que nos oprime, a la salida que alivie el
alma.
Santa Teresa de Jesús
comparaba la vida como una mala noche en una mala posada. Podríamos decir que a
veces se parece a un túnel en el que entramos casi sin darnos cuenta y del que
deseamos salir cuanto antes.
De repente, aparecen seńales
de que estamos cerca del final del túnel. El corazón siente un impulso de
alegría. Brillará la luz. Esta crisis, esta epidemia, este despido, esta
sequía, terminarán.
Entonces haremos fiesta. Una
fiesta provisional, si es en esta vida, porque continuamente entramos en nuevos
túneles. Una fiesta que será eterna, cuando, al llegar la hora de la muerte,
sepamos acoger la misericordia y ser recibidos por un Dios que es bueno y que
abraza a quienes han sabido vivir el Evangelio...