EL
DINERO
Padre
Arnaldo Bazan
“Estiércol de Satanás”
lo llamó Papini. Y es, en realidad, el causante de la
mayor parte de nuestras desgracias, el que pervierte los corazones y es el
móvil principal de muchos de los crímenes que se cometen.
Por el dinero ¡cuántos
se han perdido!
Sin embargo, en sí mismo
considerado, no podríamos decir que tenga culpa alguna de lo que ocurre, ya que
es incapaz siquiera de un mal pensamiento.
Todo el problema del
dinero está en la mente de los seres humanos. Somos nosotros los que lo
inventamos y lo hemos convertido en un verdadero dios, amo y señor por el que
estamos dispuestos a hacer cualquier cosa.
Es indiscutible que sin
el invento del dinero las relaciones comerciales hubiesen sido poco menos que
imposibles, y el progreso tecnológico habría quedado estancado. Pero,
desgraciadamente, al convertir el dinero en un símbolo de poder, la gente se
desvivió por tenerlo, ya que es el talismán que abre todas las puertas y es
capaz de derribar los muros que parecen más infranqueables.
Es un verdadero horror
ver que, habiendo sido capaz la humanidad de tantos adelantos significativos en
el campo de la ciencia y la tecnología, hayamos quedado, sin embargo, tan
atrasados en cuanto a las relaciones humanas. La culpa de esto la he tenido, en
primer lugar, el dinero.
Si el dinero fue
inventado para facilitar las relaciones comerciales entre los hombres, en
realidad ha servido - terrible paradoja - para agriar las simples relaciones
humanas, abriendo zanjas de incomprensión y odio.
Los seres humanos han
sido divididos entre los que tienen y los que no tienen dinero. Casi todo el
mundo, desde luego, aspira a ser de los primeros, pero esto es absolutamente imposible.
Sólo una ínfima minoría pertenece al grupo privilegiado de los ricos.
El problema más grave se
plantea no en la misma posesión del dinero sino la forma de conseguirlo. Hay
que afirmar que no son muchas las posibilidades que tenemos que llegar a ser
ricos con un trabajo honrado.
Es indiscutible, sin
embargo, que hay excepciones, pues existen individuos con una habilidad
especial que les permite ganar dinero casi sin proponérselo.
Tenemos ricos honrados,
de eso no hay duda. Porque no es un pecado ser inteligente o poseer talentos, y
en la medida que éstos se tienen, se puede ganar poco o mucho dinero.
Hace ya unos años un
compositor popular brasileño consiguió más de cincuenta millones de dólares por
una simple melodía, muy pegajosa por cierto, que fue grabada por famosos
artistas y agrupaciones musicales, llegando a venderse los discos como pan
caliente.
Sabemos de las fortunas
que están ganando los cantantes de moda o los atletas más destacados, sin
hablar de los inventores, los industriales, comerciantes y negociantes en
general.
Sin embargo, tenemos
también ricos cuyas fortunas no pueden ser un orgullo para nadie.Por
cientos se cuentan los millonarios que han ganado el dinero a manos llenas
explotando negocios ilícitos, desde el tráfico de drogas hasta operaciones
fraudulentas a gran escala.
Ni que decir de los
muchos millonarios que han bebido de las fatigas, los sudores y hasta la sangre
de los infelices a los que han explotado sin escrúpulo alguno, sobre todo en
los países del mundo sub-desarrollado.
Políticos y altos
militares de muchas naciones, incluyendo una gran cantidad en América Latina,
se cuentan entre los millonarios cuyo dinero ha sido producto del robo
descarado de las arcas públicas, empujando a una mayor miseria a aquellos pueblos
por los que juraron trabajar y luchar.
Ganar dinero es la
ambición de casi todos, pero mientras unos piensan en hacer algo de utilidad
para sus prójimos, otros quieren obtener beneficios del crimen, de la
delincuencia y la explotación.
El dinero sigue siendo
el móvil de las más grandes degeneraciones que hoy se conocen. La más pálida,
quizás, será que una mujer esté dispuesta, para conseguirlo, comerciar con su
cuerpo. Muchas de lo que esto hacen no son más que unas desgraciadas que no tienen
otro medio para alimentar a sus hijos. La misma miseria las empuja al pecado.
Pero, por desgracia,
tenemos otros nefastos ejemplos, como el negocio del tráfico de armas. Hay
naciones que ganan millones y, desde luego, algunos de sus prominentes políticos
y hombres de negocios, vendiendo armas a gobiernos que las usarán contra sus
propios pueblos, o a grupos políticos o terroristas, dispuestos a matar a todo
el que se les oponga. A los vendedores poco les importa, con tal de conseguir
sus ganancias.
Si de corrupción se
trata, sabemos que el dinero es el motor del tráfico de drogas, que moviliza
cada año sumas fantásticas que permiten comprar conciencias y hacer desaparecer
todo obstáculo. A esto podemos añadir el tráfico de personas, sea de inmigrantes
que buscan en otros países un mejor medio de vida, o de hombres y mujeres para
venderlos como esclavos al negocio de la prostitución.
Algo por el estilo está
ocurriendo con la pornografía. Nadie podría calcular el daño que se está
haciendo con ella a millones de seres humanos, quizás convirtiéndolos en
inútiles y degenerados.
Sin embargo, ¿quién
sería capaz de parar todo esto?
No es posible hacer una
enumeración detallada de todos los medios ilícitos que se emplean para
conseguir dinero. Necesitaríamos el espacio de teramegas.
Pero es tristemente cierto que casi todas las desgracias provienen de allí.
Si pudiéramos prescindir
del dinero habríamos conseguido deshacernos de un gran enemigo. No fue por
casualidad que Jesús nunca quiso ni tocarlo. Pero sabemos que tal cosa nos
sería imposible, ya que dada la estructura del mundo, al dinero lo necesitamos
simplemente hasta para poder subsistir.
Con todo, ningún
cristiano puede dar la espalda al reto que representa la posesión y, sobre
todo, la manera en que consigue su dinero, ya que eso pertenece al corazón
mismo del mensaje evangélico.
Oigamos lo que nos dice
el propio Jesús: “No amontonen ustedes tesoros en la tierra, donde hay polilla
y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonen más bien
tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones
que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu
corazón” (Mateo 6,19-21)
Y también: “No pueden
ustedes servir a Dios y al Dinero” (Mateo 6,24).
Arnaldo Bazán