EL ECUMENISMO

Padre Arnaldo Bazan 
 
Ecumenismo es una palabra que viene a significar la universalidad de la Iglesia de Cristo, a la que todos los seres humanos han sido llamados a pertenecer. Esta palabra, desde luego, pierde todo su significado cuando no responde a una convicción y a una realidad.

No creo que haya un solo cristiano, de cualquier denominación que sea, que no acepte la necesidad de esta universalidad, pues sería negar las propias palabras del Maestro que manda a sus apóstoles a predicar el Evangelio hasta los confines del mundo.

Lo que ocurre es que, desde los primeros momentos, ha habido quienes se han sentido más cristianos que otros.

El primero en caer en esta falsa perspectiva fue Juan, cuando dirigiéndose a Jesús le dijo: "Maestro, vimos a uno que expulsaba los demonios en tu nombre y nosotros se lo prohibimos, porque no se junta con nosotros". A lo que Jesús respondió: "No se lo impidan; el que no está contra ustedes, está con ustedes" (Lucas 9,49-50).

Luego tuvo lugar el problema de los judaizantes. Pablo, con esa serena seguridad que le daba su propia experiencia de haber sido perseguidor de los cristianos, les sale al paso con toda firmeza, y hasta reprende a Pedro, por considerar que éste era demasiado flojo a este respecto (Ver Gálatas 2,11-14).

¿Por qué será que hasta en lo concerniente al amor de Dios y la eterna salvación nos dejamos dominar por el exclusivismo y la insensatez de creernos los mejores?

El mismo Pablo, en su 1ª Carta a los Corintios, da una respuesta: "... es inevitable que llegue a haber partidos entre ustedes" (11,19). Sin embargo, agrega después: "Por esto no los felicito" (11,22).

Los primeros siglos de cristianismo vieron, junto al fervor heróico de los que entregaban su vida por el Reino, las primeras disidencias y rompimientos de la unidad del rebaño de Cristo.

A pesar del deseo claramente expresado por Jesús en su oración al Padre: "Que todos sean uno" (Juan 17,21) y del mandato de "Ámense los unos a los otros" (Juan 15,12), muchos hicieron caso omiso y pronto comenzaron a aparecer los síntomas del enfrentamiento entre los creyentes, lo que, en ocasiones, llegó hasta el odio acérrimo, a la lucha y al asesinato en nombre de Dios y de la religión. ¡A qué extremos llega quien sigue sus propias convicciones y deja de lado los mandatos divinos!

"En esto conocerán que son ustedes mis discípulos"(Juan 13,35), dijo Jesús al referirse al amor fraterno, que debe ser la divisa esencial de sus seguidores.

Sin embargo, tal parece como si algunos pretendieran llamarse cristianos y, al mismo tiempo, sentirse autorizados a insultar, ofender, ridiculizar y hasta amenazar a todo aquel que no piense exactamente como ellos, aun cuando profesen pública y abiertamente su fe en el mismo Dios y en el mismo Señor Jesús.

No quiero decir que nosotros, los católicos, seamos ejemplo en este sentido, y que hayamos jugado en la Historia sólo el papel de víctimas. Por el contrario, y lo digo con mucha pena, hemos sido de los primeros en quebrantar la ley de Dios persiguiendo, por distintos medios, a otros hermanos cristianos o personas con distintas formas de pensar, usando para ello el poder de gobernantes supuestamente católicos, como sucedió durante los tristemente famosos días de la Inquisición.

Sí, hemos sido víctimas, pero también verdugos. Si no podemos evitar lo primero, deberíamos sentirnos felices de poder sufrir por Cristo calumnias y persecuciones, antes que convertirnos en perseguidores de otros hermanos con distintas creencias.

Es cierto que hay quienes se empeñan en presentar a los católicos como si fuéramos enemigos de Cristo, adoradores de ídolos, falsos profetas, seguidores de Satanás o simples equivocados que no sabemos ni dónde estamos parados, pero esto, en modo alguno, debe impulsarnos a responder con la misma moneda.

Por otro lado, no hay por qué extrañarse de que cosas así sucedan. Cristo nos anunció esa clase de eventualidades y nos hizo ver que serían parte de nuestra vida si nos esforzamos en ser sus discípulos.

Es más, llegó hasta a decir: "...llegará el día en que los maten pensando que así dan culto a Dios" (Juan 16,2).

Como vemos, el ecumenismo es mucho más que una simple palabra: es una actitud que exige amor y sacrificio, respeto y deseo de unión. Si tomamos actitudes radicales, sectarias e inflexibles, nunca lograremos la unión que Cristo quiere.

No esperemos, por otro lado, que los otros comiencen a ceder. Empecemos nosotros, comprendiendo y perdonando, que el mal sólo se vence a fuerza de bien y el odio a base de mucho amor.

Arnaldo Bazán