Juicio y misericordia

P. Fernando Pascual

9-5-2020

 

Un autor bizantino del siglo XI, Nicón de la Montaña Negra, dejó escrito que una de las principales trampas de Satanás consiste en quitar a los hombres el temor con la idea de que Dios es misericordioso. Por medio de tal engaño, el diablo arrastraría a muchos a la condenación eterna.

 

La idea puede parecer provocatoria, pero refleja algunos aspectos fundamentales de la vida cristiana. Uno consiste en recordarnos la existencia del juicio. Otro, en que hay trampas de Satanás. Y un tercero, cómo unir armónicamente la realidad del juicio y la misericordia divina.

 

Que existe un juicio es algo claro en la Biblia y ha sido enseñado constantemente por la doctrina católica. Recordar el juicio nos ayuda a darnos cuenta de lo importante que es la libertad humana y del peligro de hacer un mal uso de la misma.

 

Los pasajes de Mt 24 y 25 indican cuál será la materia del juicio: la fidelidad y el amor. Además, el juicio desvelará cualquier obra del hombre, también las escondidas (cf. Rm 2). Incluso seremos juzgados por cualquier palabra vana que hayamos pronunciado (cf. Mt 12,36).

 

El tema del juicio está recogido en el Credo. El “Catecismo de la Iglesia Católica” explica cómo ese juicio es particular, y también que habrá un juicio universal. Sobre este segundo dice lo siguiente:

 

“El mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras Dios da a los hombres todavía el tiempo favorable, el tiempo de salvación (2Co 6,2). Inspira el santo temor de Dios. Compromete para la justicia del Reino de Dios. Anuncia la bienaventurada esperanza (Tt 2,13) de la vuelta del Señor que vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que hayan creído (2Ts 1,10)” (“Catecismo de la Iglesia Católica” n. 1041).

 

Si recordar el juicio genera un sano temor de Dios y anima a trabajar por acoger la salvación, una de las estrategias del demonio, según lo dicho antes, consistirá en quitarle importancia al juicio al promover una idea exagerada de misericordia que lleva a suponer que al final todos (o al menos uno mismo entre muchos...) se salvarán.

 

En realidad, ese engaño lleva a disminuir la vigilancia, prepara a la presunción, afloja el esfuerzo por conquistar las virtudes, incluso puede generar un abuso de los dones de Dios: como Él es tan bueno, al final me lo perdonará todo.

 

Sí, Dios es bueno, es misericordioso. Pero es justo, y las dos cosas van unidas de forma que nadie puede reírse de Dios (cf. Gal 6,7), ni justificar sus maldades amparado en el engaño del demonio.

 

Entonces, ¿cómo unir adecuadamente juicio y misericordia? De un modo sencillo: Dios tiene tanto amor que nos ofrece a todos su ayuda para que, quien lo desee, se convierta, cambie de vida, pida perdón por sus pecados, y así pueda llegar al juicio tras haber acogido y vivido la misericordia.

 

Creer en la misericordia no significa ignorar la importancia del juicio. Al contrario, el hecho de que hay un juicio realza todavía más la belleza de la misericordia, que ha quedado plasmada maravillosamente en el misterio de Cristo, muerto “por nosotros los hombres y por nuestra salvación” (Credo).

 

Por eso, con toda la Iglesia, podemos hacer nuestras las palabras de san Pablo en su canto por la acción salvadora y misericordia del Padre en su Hijo Jesucristo:

 

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en Él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado. En Él tenemos por medio de su sangre la redención, el perdón de los delitos, según la riqueza de su gracia” (Ef 1,3‑7).