Reservas para los momentos
difíciles
P. Fernando Pascual
2-5-2020
Cuando en el horizonte se
vislumbra la llegada de una guerra, una crisis social, una epidemia, nace
fuerte el deseo de acumular reservas, de tener los almacenes y los armarios
preparados para lo peor.
Es algo instintivo: muchos
animales, incluso pequeños como las abejas o las hormigas, guardan alimento
para el invierno, organizan reservas para cuando sea difícil abastecerse.
Los seres humanos también
necesitamos reservas para los momentos difíciles. Pero no podemos limitarnos
solo a lo material (ropa, comida, baterías eléctricas, medicinas). Hay que
prepararse en el espíritu.
¿Cuáles son las reservas
espirituales? Uno puede pensar, primero, en alimentos para el alma: buenos
libros, conferencias o videos grabados, todo aquello que nos abra al horizonte
de Dios.
Pero hay reservas más
profundas, que no se cuantifican, que no están en un archivo (file)
electrónico, que no ocupan los estantes de una librería.
Son las reservas de las buenas
obras, de los ratos de oración buscados y gustados para estar con Dios, de las
jaculatorias, de los encuentros con los hermanos en la misma fe.
El mundo percibe, en ciertos
momentos, lo frágil que es todo. Cuando llega una calamidad, en seguida
empiezan a faltar bienes fundamentales. La angustia nos oprime.
Para que no pase eso en
nuestro corazón, hemos de estar preparados, con abundante aceite para mantener
encendidas nuestras lámparas para cuando llegue el Esposo (cf. Mt
25,1-13).
La vida nos sorprende continuamente.
Quienes tienen buenas reservas para los momentos difíciles, podrán estar listos
no solo para afrontarlas de la mejor manera posible, sino también para dar una
mano a quienes, cerca o lejos, necesitan esperanza, cercanía, amor sincero.