Deseos y realidad
P. Fernando Pascual
26-4-2020
Deseo que llueva este lunes. Y
el día resulta espléndido. Deseo que haga sol el sábado. Y las nubes dominan el
panorama. Deseo que termine la epidemia. Y se prolonga varias semanas más allá
de lo previsto.
Cuando un deseo queda
frustrado es fácil declarar que estamos ante un mal. Ello parecería válido si
lo que deseábamos era realmente bueno: queríamos tener salud para visitar a
unos familiares y la enfermedad nos impidió llevar a cabo ese buen deseo.
Otras veces el deseo era
claramente malo, y su “fracaso” se convierte en un bien, aunque al inicio no
nos diésemos cuenta. Deseaba tomar una comida que podía hacerme daño, y gracias
a Dios no la conseguí.
En un libro escrito con
numerosos aforismos, Gustave Thibon
reflexionaba sobre los deseos con la mirada puesta en la realidad, pues muchas
veces la realidad se impone por encima de los deseos, a pesar de que veamos esa
imposición como un mal.
“Nada hay más bello, nada más
profundo que lo que es. Mas para comprender esto hace falta haber vivido y
aceptado amorosamente la tensión irreductible, el desgarramiento absoluto entre
lo que es y lo que se desea” (G. Thibon, “El pan de
cada día”, capítulo XI).
Sí: la realidad se impone
contra deseos, incluso deseos buenos, y entonces uno descubre que no domina
todas las cosas, y que esa falta de dominio no es un mal, sino un aspecto
irrenunciable de la condición humana.
Continuaba Thibon
en el texto apenas citado: “Mientras la realidad se adapte más o menos al deseo
(o, por lo menos, no le contradiga demasiado), no se dará un verdadero contacto
con ella, solo se vivirá de los propios sueños. Pero cuando lo que es
contradice mortalmente a lo que se desea y, a pesar de esto, preferimos con
toda el alma lo que es, entonces, ciertamente, poseemos lo real en toda su
pureza”.
Entonces, ese choque con el
día nublado o con el día soleado, ese retraso que impide llegar a tiempo a una
cita importante, no son males, sino simplemente encuentros con una realidad que
no está bajo nuestro control.
Podemos, desde tantas
experiencias de deseos irrealizados, abrirnos a la realidad, a su riqueza y
misterio. Sobre todo, podremos relativizar el valor de un mundo frágil y lleno
de sorpresas, para orientar nuestra mente, nuestro corazón y nuestros deseos,
hacia el encuentro definitivo con la realidad que nunca pasa: Dios.