LA ASISTENCIA RELIGIOSA ES UN DERECHO,

PERO HAY QUE PEDIRLA

Los sacerdotes no son adivinos, tampoco los de los hospitales.

La Iglesia nos recuerda que los sacerdotes de los hospitales están totalmente disponibles para atender a quien lo necesite, siempre que el interesado o alguien en su nombre pida que vaya a verle el sacerdote.

En épocas normales, es el propio paciente o un familiar quien debe decir en el control de enfermería que tal enfermo desea la visita del sacerdote. Entonces, el sacerdote acudirá a esa habitación.

Ahora, con esta pandemia del coronavirus, con tantos infectados y tantos aislados, es necesario recordar la necesidad de pedir la asistencia sacerdotal, para poder recibirla; puesto que no se presume el deseo, desde luego.

Un sacerdote, que atiende un conocido hospital, cuenta que, a pesar de estar 100% disponibles y, actualmente, a rebosar de enfermos todos los hospitales, casi nadie pide que vaya a verle el sacerdote y, por ello, fallecen cada día muchas personas en la más absoluta soledad, de cuerpo y de alma, sin atención espiritual. Buscando la causa, sigue diciendo que no sabe si es porque los enfermos están solos –sin familiares acompañándoles, por el aislamiento prescrito- o porque la gente piensa que los sacerdotes no estarán disponibles en este tiempo de pandemia.

Por ello, se están produciendo muchas muertes y entierros sin sacerdote.

Interesa recordar que la asistencia religiosa en la enfermedad, en la hospitalización –incluso aislado totalmente por prescripción facultativa- y en la muerte es un derecho que tenemos, pero hay que pedirlo expresamente.

Ahora, de alguna manera, el paciente –por aislado e infectado que esté- tendrá que manifestarle a la enfermera que desea la visita del sacerdote. Y de ese modo, irá.

Una buena amiga me comenta, con alegría, que se lo dirá a su hijo, de 19 años, hospitalizado y que ha dado positivo en el coronavirus, totalmente aislado y que sólo se puede comunicar con él por Skype cuando le hace efecto el calmante. Lo previsto es que necesitará un mes de hospitalización y… ¡un mes es… mucho tiempo!

Que suerte que podamos tener a Dios en nuestro aislamiento, en nuestra infección, en nuestro dolor y sufrimiento, en nuestra enfermedad y en nuestra muerte, con solo pedirlo.