CADA DÍA SU
AFÁN
LA NAVIDAD DE
LA FE
Se cumplen
ahora 50 años. El miércoles 17 de diciembre de 1969, el papa Pablo VI dedicaba
su catequesis semanal a reflexionar sobre la fiesta de la Navidad.
A todos los
asistentes les recordaba cuántos pensamientos, cuántos recuerdos, cuántas
emociones, cuántos deseos y cuántas esperanzas pone en el corazón esta santa y
dulce fiesta.
Deseaba él que
aquella celebración no pasara para los cristianos como un día cualquiera, sino
que fuera para todos una solemnidad que los llevara a
saborear las profundas realidades de la fe y de la vida.
Según Pablo
VI, la primera condición para celebrar bien la Navidad es conservar su
autenticidad religiosa. Sabía él que el verdadero significado de la Navidad se
ve con frecuencia ahogado por las manifestaciones exteriores y profanas, que
pueden terminar apagando su carácter profano.
Este
vaciamiento de la Navidad puede nacer
hasta de las formas más simpáticas e inocentes del folclore, así como de las
costumbres familiares o populares. Hasta el belén o el nacimiento puede
convertirse en un espectáculo estético o fantástico más que en una representación del humilde y
sublime acto del nacimiento del Salvador.
Es verdad no
hay que despreciar la envoltura por amor al contenido. Sabía el Papa que este
marco festivo y artístico puede tener una utilidad poética y práctica. Pero no hay
que detenerse en el marco. Hay que mirar el cuadro y tratar de ver en él el
misterio, es decir, la escena de Belén.
Es necesario
tratar de conocer la realidad de un acontecimiento tan importante y central
como es el nacimiento de Jesús, cuyo nombre significa el Salvador.
Cristo quiere decir el Mesías, es decir Aquel en el que se centran y se
cumplen los designios de Dios sobre la humanidad.
Por eso, ante
el pesebre de Belén, nuestra mirada contemplativa se hace a la vez teológica y
teleológica, es decir, reveladora de la verdad divina y de las finalidades y el sentido de lo que es el objeto de
nuestra contemplación.
Así pues hemos de
considerar la Navidad como una
revelación, como nos lo dice san Pablo: “Se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y
su amor al hombre” (Tit 3, 4). Ese es el
secreto de Dios que ha sido revelado en Jesucristo: Dios es bondad, Dios es
amor.
Como san Francisco de
Asís se extasiaba ante el belén, también nosotros podemos sentirnos
transformados ante este descubrimiento que nos llena de asombro y de conmoción.
Hemos sido amados: amados por Dios. Al
igual que Pascal, podríamos llorar de alegría porque “el Verbo de Dios se ha
hecho carne y ha venido a habitar entre nosotros” (Jn 1,4). Esto es la Navidad.
Esta es la Navidad de la fe.
José-Román Flecha Andrés