Los santos, la verdadera
mayoría
P. Fernando Pascual
28-3-2020
Un modo de concebir la Iglesia
busca asimilarla a las democracias. Hay bautizados, hay reglas, hay votaciones,
y al final se decide lo que se hará en el futuro.
Este modo de pensar desvirtúa
la verdadera naturaleza de la Iglesia, que no existe como una simple asociación
humana, sino como una comunidad convocada por Dios a la fe y al amor.
En esa comunidad, que tiene un
origen divino, los santos tienen un papel particular, sea a la hora de ofrecer
modelos de vida, sea a la hora de proponer cambios y reformas para vivir mejor
el Evangelio.
El entonces cardenal Joseph
Ratzinger, en una conferencia pronunciada en octubre de 1990 y dedicada al tema
de las reformas en la Iglesia, decía lo siguiente:
“No son las mayorías
ocasionales que se forman aquí o allá en el seno de la Iglesia las que deciden
su camino o el nuestro. Los santos son la mayoría verdadera y determinante,
según la cual nos orientamos”.
¿Por qué? Continuaba así el
cardenal Ratzinger: “Ellos traducen lo divino en lo humano, lo eterno en el
tiempo. Ellos son nuestros maestros de humanidad, que no nos abandonan ni
siquiera en el dolor y en la soledad; es más, en la hora de nuestra muerte
caminan junto a nosotros”.
Ya como Papa, Benedicto XVI
recogió en parte estas mismas ideas, sobre todo en la Jornada Mundial de la
Juventud que se tuvo en Colonia (Alemania) en agosto de 2005.
Lo subrayó especialmente en
dos momentos de su discurso a los jóvenes durante la vigilia de oración que se
tuvo en la Explanada de Marienfeld (20 de agosto de
2005).
En esa ocasión, Benedicto XVI
afirmaba: “Es la muchedumbre de los santos -conocidos o desconocidos- mediante
los cuales el Señor nos ha abierto a lo largo de la historia el Evangelio,
hojeando sus páginas; y lo está haciendo todavía. En sus vidas se revela la
riqueza del Evangelio como en un gran libro ilustrado. Son la estela luminosa
que Dios ha dejado en el transcurso de la historia, y sigue dejando aún”.
Luego observó cómo los santos
son los que promueven los verdaderos cambios (esos que valen mucho más de lo
que pueda decidir una “mayoría”) hacia una mejor vivencia del Evangelio:
“Los santos, como hemos dicho,
son los verdaderos reformadores. Ahora quisiera expresarlo de manera más
radical aún: solo de los santos, solo de Dios proviene la verdadera revolución,
el cambio decisivo del mundo”.
El mundo necesita un baño de
esperanza, de fe, de amor. Necesita una profunda reforma para que la Iglesia
ofrezca, con frescura, el Evangelio a los hombres de nuestro tiempo.
Eso se logrará no con mayorías
ni votaciones ni asambleas basadas solamente en criterios humanos. La verdadera
reforma, la “revolución” auténticamente cristiana, se logra gracias a hombres y
mujeres que se abren completamente a Dios y que llegan a ser santos, es decir,
levadura, sal y luz para nuestro tiempo.