El primer
Viernes Santo del Gólgota
Ángel
Gutiérrez Sanz
Acabada la cena de Pascua, el Maestro con sus
discípulos salieron fuera del Cenáculo y
atravesando el torrente Cedrón llegaron al huerto de los Olivos que iba a ser
el escenario de la terrible agonía de un Dios, que por voluntad propia
quiso sufrir como los hombres.
Jesús de pronto se vio sumergido
en un profundo abismo de soledad y miedo. Buscaba auxilio y no encontró a nadie
que le pudiera consolar en este cara a cara con la muerte. “Me muero de tristeza” dice
Él, que hace unos momentos exhortaba a los discípulos a no tener miedo.
El señorío y majestuosidad de ese hombre a quien todo fuerza se le sometía
parecía haber desaparecido. Ahora le vemos débil y abatido, buscando ayuda en
unos discípulos que se habían dormido “¡Padre ¡ ¡Todo te es posible!¡Aparta
de mi este cáliz!... Pero si es tu voluntad que lo beba lo beberé.” Cuanto
dolor, saber que iba a morir por unos
hombres que le habían dejado solo en estas horas de angustia.
Hay vacilación y duda en estos momentos
angustiosos en que Jesús está viviendo
su propia muerte. El misterio de
Jesucristo como revelación del Padre había llegado a una situación límite,
pareciera que su divinidad quedaba eclipsada por su humanidad. Antes de la agonía de Getsemaní Jesús siempre
se había mostrado dueño y seguro de sí mismo aún en los momentos más difíciles
y volverá estarlo ante el Sanedrín e incluso colgado en la cruz. Cuando hayan
pasado estas tres o cuatro horas fatídicas de profunda noche oscura del
alma en que ni siquiera el Padre se hace
presente, volverá la paz a su espíritu; pero en estos momentos angustiosos se
ve solo ante la muerte como un hombre cualquiera, dispuesto a dar el salto mortal
a lo desconocido sin red protectora alguna. ¿Por qué Dios que tanto quiere a su Hijo no le
libra de este suplicio? Los evangelistas guardan silencio y los teólogos se
hacen preguntas, muchas preguntas pero ninguna de ellas tienen respuesta. Es el
misterio de Dios hecho hombre llevado hasta las últimas
consecuencia. Él quiso aguantar y resistir sin echar mano de su
divinidad para experimentar lo que supone ser hombre de verdad.
Bien
mirado el drama de Getsemaní es más impactante que el drama de calvario. Lo
adivinamos porque desde el momento en que las voces del espíritu prevalecen
sobre las voces de la carne volvemos a
ver a Jesús invadido por la paz, la
calma y el sosiego. Todo vuelve a estar
bajo su dominio, incluida la muerte. Lo que iba a venir después de esas horas
angustiosas sería terrible, sin duda, pero Él ya estaba preparado para
soportarlo todo, una vez que la voluntad del Padre se había manifestado. Ahora
ya solo quedaba echarse en sus brazos
para que se cumpliera puntualmente lo que Él quisiera. La fuerza del espíritu había
retornado y con ella podía
soportarlo todo y estar por encima de todo. Viendo que la patrulla de la muerte
estaba próxima, se adelanta el solo y al
verle los esbirros con tanta entereza, su primera reacción fue retroceder y una vez repuestos de la impresión le prendieron y se lo
llevaron.
Comenzaba
la segunda parte del drama que iba a estar presidida en todo momento por quien
era el Señor y dueño de todos y de todo.
Comenzaba el duro trayecto de
Cristo
crucificado deja al descubierto las entrañas del Dios de la misericordia. Los
desdichados de la tierra cuando nos veamos alcanzados por el dolor y por la
muerte nos sentiremos aliviados al ver a Cristo crucificado abierto de brazos para
abrazarnos. Nunca le vimos tan cercano
como ahora, revestido de nuestra pobre condición humana. Un Dios que es
capaz de padecer a nuestro lado es
porque lo puede todo: Ante este misterio tan sobrecogedor solo cabe decir que
bueno y que grande es Dios.
En
esta tarde del Gólgota volvemos la mirada al Cristo doliente que nos quiere abrazar a todos con sus largos brazos abiertos, sin distinción de
razas, sin distinción de credos. Él es el Cristo de todos y para todos,
reconciliador del hombre con el hombre y ¿cómo no? reconciliador de Dios con el
hombre y del hombre con Dios. De un Dios
que supo por propia experiencia lo duro que es ser hombre pero también lo
apasionante que es vivir esta aventura,
lo difícil que es llevar la cruz de cada día; pero también lo hermoso
que ello es cuando se hace con amor y
por amor.
¡Cristo Doliente! Déjanos
decirte en esta tarde de inmenso dolor,
lo orgullosos que nos sentimos de ser hombres como tú y de poder sufrir
contigo. Deja que te digamos que estamos
infinitamente agradecidos del perdón que tú nos mereciste por todas nuestras culpas.