Jueves Santo.
Cena de despedida
Ángel
Gutiérrez Sanz
Ha llegado el primer día de
los ácimos, los discípulos se muestra nerviosos, nadie sabe dónde se celebrará
la Cena de Pascua, la fiesta más
importante de Israel ¿Lo sabrá el Maestro?
¿Cómo no lo iba a saber si su corazón
desde hace mucho tiempo estaba ardiendo en deseos de celebrar esta noche
con los suyos? Con la antelación suficiente había quedado
reservada una mesa amplia y una habitación espaciosa para muchos comensales.
Antes de caer la tarde el Maestro y sus discípulos dejaban atrás Betania y encaminaban sus pasos
a la ciudad Santa, que estaba a rebosar de gente. Sabían bien cuál era el
camino más corto para llegar a su
destino. Al llegar al cenáculo lo encontraron todo bien dispuesto, los manteles
sobre la mesa, los platos sobre los manteles, las alfombras, los almohadones,
la jofaina, los candelabros , todo previsto
hasta el último detalle, como si en ello se hubiera venido trabajando desde
hace días.
Los rostros estaban tensos como
esperando a que alguien dijera algo.
Fue el Maestro quien rompe el silencio para decir. “Ardientemente he deseado pasar
esta Pascua con vosotros”. Era la noche de las eternas confidencias, en que
Jesús siente la necesidad de sincerarse
y abrir su corazón. Era la noche de las despedidas, en que los sentimientos
están a flor de piel, las emociones
fluyen y los recuerdos se agolpan. El Maestro viene desde hace tiempo
reviviendo interiormente este momento entre trágico y sublime. Le quedan por pronunciar
las más tiernas palabras que ha ido guardando para esta ocasión, aún falta por
revelar la última verdad a sus amigos a
los que ha ido tomando un afecto profundo, tanto que ya no sabía vivir sin
ellos. Han sido tantas las experiencias
que han tenido que afrontar
juntos, tantas las alegrías y las penas compartidas que se le desgarra el
corazón y sus ojos no pueden reprimir las páginas. Es llegada la hora de dictar
el testamento del amor con el pensamiento puesto en los discípulos que tiene a
su lado y en todos los que vendrán a lo largo de los siglos. ¿Qué tendrá que
decirles y decirnos esta noche el buen Jesús?
La ceremonia ha
comenzado y hay que estar atentos a todo
lo que pasa, porque no solo las palabras
que salen de la boca del Maestro sino
también sus miradas, sus gestos, sus silencios. Imposible ser receptor de este torbellino de impresiones que sobrepasa la capacidad del corazón y la
mente humana. Aunque es imposible captar íntegramente el
contenido trascendental que Jesús nos trasmite en esta noche mágica, a mí me parece percibir
nítidamente tres mensajes que trataré de traducir torpemente. No sabemos cuál fue la última motivación que
indujo al Maestro a arrodillarse delante de sus discípulos y lavarles los pies,
lo que está claro es que con ello quiere
hablarnos de lo necesario que es en nuestra vida la humildad. Nunca lo
entenderemos del todo, pero sin humildad no somos nada, ni haremos nada que
tenga valor sobrenatural. A lo largo de su vida pública lo ha venido diciendo por activa y por
pasiva; pero los discípulos no se dan
por enterados y tampoco nosotros. Ya solo le quedaba hablar con el ejemplo y cuando lo ha hecho
aún no está seguro de que le hayan entendido, por eso les pregunta“¿Entendeis el significado de lo que he hecho?”
os lo diré una vez más “Si yo el Señor y
el Maestro os lavé los pies, también vosotros os tenéis que lavar unos a
otros”… yo os he dado ejemplo para que vosotros hagáis lo mismo” Humildad , sin ella no se puede construir una vida de
santidad. Sobrehumano mensaje
Esto solo era el preludio de
lo que iba a venir después. Se acercaba el momento de revelar el gran secreto
que tenía reservado para esta noche íntima y confidencial. Se trataba de una muestra
incondicional de afecto, de una entrega amorosa a los suyos y a todos los que
venían detrás. Como regalo de
despedida no tenía nada mejor que darse
a sí mismo, convertirse en alimento de las almas, porque Él sabe que
ha llegado la hora de ir al Padre y no quiere dejarnos del todo huérfanos. “Hijitos
míos, aún estoy un poco entre vosotros”, el tiempo suficiente para que
tenga lugar el misterio más amoroso, el más excelsamente divino, el más
sobrecogedoramente humano. Ha llegado el
momento solemne de la celebración. Jesucristo toma el pan, lo parte y lo
bendice y pronuncia las palabras amorosamente estremecedoras: “Tomad y comed, éste es mi cuerpo que es dado
por vosotros”. Los discípulos comen de aquel pan absortos y confundidos por el misterio. Después toma
el vino depositado en la copa y dice “ tomad y bebed todos de este cáliz
pues ésta es mi sangre, que será derramada por muchos en remisión los pecados “
El sacramento de la eucaristía quedaba instituido y era entregado a los hombres de todos los
tiempos como la mayor prueba de amor que se podía dar. Jesucristo se quedaba
para siempre entre nosotros con una presencia misteriosa; pero real.
No estamos solos, ni lo estaremos nunca más y aunque los sagrarios de
las iglesias estén abandonados no
dejaran de ser como un oasis donde pueden acudir todos los que se sientan
huérfanos y desamparados.
Jesús acababa de decir
que ama a los hombres con amor infinito,
pero aún quiere decir algo más. El tercer mensaje que Cristo nos deja esta noche de misterios es que no debemos
sentir miedo. “¿Qué será de nosotros?”
preguntó Tomás
. “No os dejaré huérfanos” replicará
el Maestro… “Yo rogaré al Padre y
Él os dará otro Consolador…que no se turbe vuestro corazón ni tengáis miedo”.
Jesús sabe que los suyos son como son y van a sentir tristeza por su partida y
que van a tener miedo de quedarse solos. Él mismo esta noche va a saber lo que
es sentir miedo y quedarse solo; pero no es lo suyo lo que le preocupa sino que
está pensando en su pequeño rebaño, que conoce muy, bien y trata de darles
ánimos, por eso empeña su palabra con promesas de futuro. No es una separación
definitiva, pronto volveremos a estar juntos, les dice, porque en realidad yo
solo me adelanto a prepararos un estancia en la casa del Padre donde no hay lugar para la tristeza y el miedo Os he querido y os seguiré queriendo como
cosa mía.