La búsqueda de las causas
P. Fernando Pascual
21-3-2020
Desde pequeños, preguntamos
sobre los porqués de tantas cosas. Incluso ya de mayores, preguntamos por qué
buscamos los porqués...
Así, queremos saber por qué
llueve, por qué las estrellas brillan, por qué algunas personas dicen mentiras,
por qué algunos sienten miedo al caminar por ciertas calles.
Las respuestas a esas
preguntas varían según las posibles perspectivas en las que cada uno se sitúa.
En el pasado, la lluvia podía tener una explicación mitológica. En el presente,
también hay quienes explican con mitos algunos fenómenos humanos, mientras
otras optan por explicaciones científicas.
Salta a la vista las
diferencias entre unas respuestas y otras. Uno afirma que nuestras decisiones
están determinadas por mecanismos neuronales, mientras que otro atribuye los “actos
libres” a las presiones sociales...
En muchas ocasiones, llegamos
a la conclusión de que no conocemos la causa de este accidente absurdo, de esta
respuesta extraña de un amigo, de este dolor punzante en la cabeza a ciertas
horas del día.
Esa conclusión puede llevarnos
a dejar a un lado la búsqueda de las causas, pero normalmente, en muchos temas,
nos impulsa a seguir en camino hasta encontrar respuestas que tengan un alto
índice de exactitud.
Para algunos, la búsqueda de
las causas puede llegar a convertirse en un asunto radical, hasta llegar a
preguntas que caracterizan la filosofía: ¿por qué existimos? ¿Por qué buscamos
alcanzar metas? ¿Por qué necesitamos esperanzas?
Diferentes filósofos han
ofrecido teorías muy variadas, incluso no han faltado algunos que aconsejan no
dar respuestas y limitarnos a seguir en una búsqueda indefinida y siempre
insuficiente.
Otras respuestas vienen del
mundo de la religión, especialmente de aquella surgida tras la venida de Cristo
y que ha propuesto, como explicación última y definitiva sobre la existencia
humana, el mensaje del Maestro venido de Galilea.
La vida, con sus exigencias
continuas y sus tareas complejas, no puede arrastrarnos hasta el punto de dejar
a un lado la búsqueda de las causas. Porque solo tiene sentido pleno nuestra
existencia humana cuando logramos una buena respuesta a la pregunta decisiva:
¿por qué y para qué existo?