Reformas desde la verdad
P. Fernando Pascual
7-3-2020
El deseo de reformas surge
porque constatamos males, porque sentimos un anhelo de justicia, porque
deseamos cambios hacia lo mejor. Ello vale para tantos ámbitos humanos, y
también vale para la Iglesia católica.
A veces los deseos de reforma
están afectados por enfermedades más o menos graves. Por ejemplo, cuando la
búsqueda de reforma surge simplemente por snobismo. O
cuando no hay ideas claras sobre los males que necesitan remedio. O cuando las
metas a alcanzar incluyen defectos o males, de modo que se llega en ocasiones a
proponer cambios hacia lo peor.
Por eso, promover reformas
tiene sentido solo desde la verdad y hacia la verdad, con ayuda de la prudencia
y apoyados por buenos consejeros, de forma que se alcancen mejoras que valgan
la pena.
Además, un sano deseo de
reforma evita tópicos más propios de la mala política que de reflexiones
maduras. Por ejemplo, un reformista bueno no dirá: “nunca volverá a ocurrir”; “estamos
ante un proceso irreversible”; “los cambios se imponen por sí mismos sin dejar
margen a retrocesos”.
Porque un reformista bueno
sabe que los males pueden repetirse, que existen pasos hacia atrás, que en el
pasado también hay cosas buenas que conviene conservar o rescatar, que nada es
irreversible en el devenir humano.
Al mismo tiempo, el reformista
bueno escucha, acoge, piensa con otros. Habrá opiniones diferentes, pero serán
recibidas con una escucha fecunda, con un deseo de percibir lo que cada uno
pueda ofrecer válidamente. Ante la diversidad de pareceres, evitará el daño de
etiquetas (“conservador”, “progresista”) que muchas veces impiden fijarse en
las ideas al descalificar o ensalzar a quienes las proponen.
En el camino hacia las
necesarias reformas en el mundo y en la Iglesia, la verdad será siempre un
parámetro irrenunciable. Una verdad que, unida al amor, abre los corazones
hacia Dios y hacia los demás, y permite identificar para luego aplicar mejoras
que, esperamos, sirvan para todos.