Heridas del pasado
P. Fernando Pascual
7-3-2020
La muerte prematura del padre
o de la madre, o de un hermano o de un hijo. La noticia de la traición de
alguien que pensábamos bueno. El accidente en una curva que nadie había
previsto. La enfermedad tanto temida que acaba de dar señales de presencia.
En el camino de la vida muchos
sentimos el peso de heridas del pasado. Son hechos o situaciones que pueden ser
puntuales o que todavía prolongan sus efectos. Son penas que están clavadas
hondamente en nuestros corazones.
Hay caminos y terapias para
quienes han quedado como prisioneros de esos hechos que conservan, en el propio
recuerdo, un efecto que provoca lágrimas, miedos, incluso depresiones.
Junto a esas ayudas, nos damos
cuenta de que hay algo que depende principalmente de nosotros mismos: el modo
de ver esas heridas que nos permita liberarnos de sus venenos para vivir el
presente con serenidad, esperanza, paz.
No siempre es posible, pues
algunas penas llegan tan adentro que parecen ya parte de nuestras vidas. Pero
cuando vemos a familiares, amigos, conocidos, que han podido cicatrizar esos
hechos y han recomenzado su trayectoria, percibimos que hay posibilidades
también para nosotros.
Los males del pasado no podrán
ser cancelados, pero sí resulta posible perdonar a quien nos hizo tanto daño,
pedir perdón a quien ofendimos con mayor o menos conciencia, asumir una
enfermedad o un luto como parte del camino de la vida.
Si, además, tenemos fe en
Cristo, al contemplar su angustia en Getsemaní y al recordar su “derrota” en el
Calvario, podremos unir nuestros dolores a los suyos para participar, ya desde
ahora, en la victoria de la Pascua.
Los cristianos tenemos esa
certeza: el mal ha sido vencido por la bondad de Jesús, existe perdón para el
pecado, la muerte ha perdido toda su fuerza, la vida ha sido revestida de
belleza, el odio quedó destruido gracias a la victoria del amor.
Las heridas del pasado podrán
dañarnos con sus efectos, pero pueden ser curadas gracias a la entrega total de
Cristo en manos de su Padre, gracias a la alegría, indestructible y duradera,
de una mañana en Jerusalén que llamamos Pascua...