Construir el Reino de Dios
Rebeca Reynaud
Un científico joven, norteamericano, llamado Nathan Wheeler, murió durante 30
segundos y relata que llegó al Cielo. Cuenta que se sentió
feliz, con mucha paz y en
su casa, pero volvió y se encontró en un hospital, muy adolorido y vio
a un médico vestido de verde que le atormentaba.
Al final concluye: “¡Qué grandioso es el Cielo! Dios y el Cielo son reales.
Antes, yo no me preocupaba del cielo o el infierno, no pensaba en ello, o no
creía, pero después de ese episodio entendí que tuve mucha suerte en ser
bautizado y en creer en Jesús, pues lo único que importa en este mundo es
trabajar por construir el Reino de Dios. Allá, lo demás no cuenta”. (cfr.
Testimonio de Natan Wheeler en inglés https://youtu.be/Vn7Su-7B6e8).
A los ojos del Padre celestial, la vida de
una persona es una página vacía si no se ha esforzado por construir el Reino de
Dios y no se ha empeñado en la salvación de las almas. Decía un mensaje breve:
“Deja de esperar que las cosas pasen, sal afuera y haz que pasen”.
Santa
Margarita María de Alacoque dice que la persona
devota del Sagrado Corazón lo que más desea es la conversión de los pecadores y
el advenimiento del Reino de Dios.
Un misionero llamado Segundo Llorente, fue a
Alaska, llegó una mujer esquimal que olía a pescado. Luego llegaron muchos. Le
dijeron: Aquí estuvo 20 años un misionero y no se bautizó ni uno, pero ahora sí
queremos bautizarnos. Llorente pasó más de 40 años en Alaska, es considerado co-fundador del estado de Alaska y recogió los frutos que
otro sembró.
A Frank Morera, cubano, le pidieron ir a
Jicotea con un amigo. Caminaron toda la noche, llegaron, tocaron la campana y
no se paró un alma. De regreso un chico les preguntó que quiénes eran y se lo
explicaron. Pasó el tiempo y ese chico les dijo: “Por lo que me dijeron
investigué sobre el catolicismo, me bauticé y ahora tengo varios catecismos en
Jicotea.
De
Santa Teresa de Calcuta, Malcolm Muggeridge,
periodista inglés, escribe: Su
sencilla presentación del Evangelio y su alegría al recibir los sacramentos,
atraen irresistiblemente a quien tiene ocasión de estar cerca de ella. Ningún
libro de los que he leído, ningún discurso, ninguna ceremonia, ninguna relación
humana o experiencia trascendental me han acercado tanto a Cristo ni me ha
hecho tan consciente de lo que la Encarnación significa para nosotros.
Scott Hahn comenta: La conversión al
catolicismo desemboca en dificultades, sacrificios y a menudo en la soledad.
Los conversos hemos sido muy enriquecidos, hemos recibido riquezas más allá de
nuestros sueños más increíbles. La angustia vivida no se puede comparar con las
riquezas obtenidas: la Eucaristía, el magisterio, el Papa, los sacramentos,
María, los santos. Entonces el horror se convierte en sorpresa y la sorpresa en
deleite, bienaventuranza y fuego, y en un deseo de compartir esto con los
demás. La soledad desaparece cuando uno descubre personas que también han sido
cautivadas por la verdad.
San Juan Pablo II recordaba: “Precisamente
porque el hombre es un ser personal, no se pueden cumplir las obligaciones para
con él si no es amándolo” (Memoria
e identidad, Planeta, México 2005, p. 165)
El
apostolado se fundamenta en el trato personal, en la amistad y en el cariño, y
así la confidencia surge espontánea. Hemos de ir por un plano inclinado con los
amigos y con los hijos. Primero lo humano: la amistad, las virtudes, el trabajo
bien hecho, el estudio... Luego, ponerles metas alcanzables: tres minutos de
oración, rezo del Rosario o de unos misterios, ofrecer el trabajo con miras
apostólicas, ofrecer una pequeña molestia por los musulmanes o los judíos.
Todos
los éxitos apostólicos de Juan
María Vianney, el pobre cura de aldea, que había
pasado mucho tiempo por un espíritu inepto para toda ciencia humana, todas sus
victorias sobre la incredulidad, todos sus triunfos sobre los corazones
endurecidos, han de atribuirse a su santidad, es decir, a su potencia de amor y
a su culto al Sagrado Corazón. Los amigos del Sagrado Corazón son amigos de la
Cruz. Sólo mediante este amor se conseguirán los éxitos prometidos (cfr. León Cristiani, Santa
Margarita María y las promesas del Sagrado Corazón, Ediciones San Pablo,
México, 1997).