Un gracias a la Virgen María
P. Fernando Pascual
21-12-2019
Tras la Anunciación, María se
pone en camino para encontrarse con su prima Isabel. Isabel le da la
bienvenida, y María entona su canto de alabanza a Dios, el Magnificat.
Con sencillez, la Virgen
reconoce que "desde ahora todas las generaciones me llamarán
bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su
nombre" (Lc 1,48‑49).
A lo largo de los siglos, los
católicos han alabado a Dios por las maravillas que realizó en Su Madre, y han
dado gracias a María por su fe y su completa donación a Dios.
Sí, le damos gracias a la
Virgen porque, como decía San Bernardo de Claraval,
de su respuesta en el momento de la Anunciación dependía la salvación de todo
el género humano:
"Mira: el Rey y Señor del
universo desea tu belleza, desea no con menos ardor tu respuesta. Ha querido
suspender a tu respuesta la salvación del mundo" (San Bernardo, Homilía 4
sobre Missus est,
n. 8-9)
Pocos años antes, San Anselmo
de Aosta había destacado cómo toda la redención dependía, en cierto modo, de la
Virgen María:
"Dios es, pues, el Padre
de las cosas creadas; y María es la madre de las cosas recreadas. Dios es el
Padre a quien se debe la constitución del mundo; y María es la madre a quien se
debe su restauración. Pues Dios engendró a aquel por quien todo fue hecho; y
María dio a luz a aquel por quien todo fue salvado (...).
¡Verdaderamente el Señor está
contigo, puesto que ha hecho que toda criatura te debiera tanto como a Él!"
(San Anselmo, Sermón 52).
Sí, le debemos a María mucho,
tanto como lo que le debemos, como creaturas redimidas, a Dios... He aquí por
qué damos gracias a María.
Por tu sí, por tu fidelidad,
por tu amor materno, por cuidar tantos años a tu Hijo, por acompañarlo al pie
del Calvario, por seguir a nuestro lado en la larga historia de la Iglesia, te
damos gracias de corazón, Virgen María, Madre de Jesús y Madre nuestra.