Recordar lo mucho que Dios nos
ama
P. Fernando Pascual
4-1-2020
Una de las experiencias más
bellas que tenemos como cristianos consiste en descubrir cuánto nos ama Dios.
Por amor somos creados y
redimidos. Por amor recibimos continuamente tantos dones para el cuerpo y para
el alma.
El mayor don es Cristo mismo.
Porque el Padre envió a su Hijo para rescatarnos del pecado, para librarnos de
la muerte, para hacernos hijos en Cristo.
En cada sacramento, de modo
especial en la Eucaristía, celebramos y revivimos ese inmenso amor de Dios.
Existe el peligro de
acostumbrarnos, de vivir un cristianismo rutinario, como quien sigue
tradiciones de la propia familia o sociedad sin experimentar fuego en su
corazón.
Por eso necesitamos recordar
continuamente lo mucho que Dios nos ama, a través de la Sagrada Escritura, de
la oración personal, de la vida como miembros de la Iglesia.
En un mundo de prisas, de
acciones rápidas con el coche o el móvil, nos resulta fundamental buscar
momentos de pausa para ir a lo esencial.
"Porque tanto amó Dios al
mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino
que tenga vida eterna" (Jn 3,16).
El recuerdo de esta verdad
cambia todo en la vida. Los problemas, ciertamente, no desaparecen. Pero
tenemos la certeza de que Dios, que es Amor, está siempre a nuestro lado.
Por eso, como los creyentes de
todos los siglos, hacemos nuestras las palabras de san Pablo:
"Bendito sea el Dios y
Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones
espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en Él antes
de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el
amor" (Ef 1,3‑4).