UN GRITO DE AMOR

 

Cuando un niño nace una de sus primeras actividades es irrumpir en un poderoso llanto.

Ha de ser la única vez en su vida que su llanto no despierta inquietud.

Es un llanto que despierta sonrisas y dicha.

Por sobre todas las cosas es un grito de amor.

Abandonó el cálido vientre materno, irrumpió en la realidad. Llora.

Ante ese grito de amor todas las sonrisas se hacen pequeñas.

La historia posee un nuevo protagonista, todo se llena de luz.

Navidad es el prolongado grito de amor de Dios en nuestra historia.

Es un grito que continúa prolongándose. Dios continúa llorando por irrumpir en nosotros.

No es un llanto angustioso porque está colmado de vida nueva.

No es un llanto desbordado de dolor porque está pleno de amor.

Sus pies descalzos se agitan sin tocar el suelo.

Sus ojos miran sin ver.

Sus manitos cerradas buscan sin saber lo que debe buscar porque todo es nuevo.

Nuevos son los aromas que le invaden. Nuevas son las luces que golpean sus ojitos.

Nueva es la temperatura que le acompaña. Nuevos son los pechos que le brindan calidez.

Su madre, tierna y dulce mujer, le sonríe en silencio.

Uno de los dedos delicados de aquella mujer recorre la frente del niño, baja por junto a sus ojos y transita por la nariz pequeña del pequeño y se dilata por la comisura de aquellos labios llenos de palabras por pronunciar.

Es el primer diálogo establecido. Es la primera conversación mantenida.

Es su grito de amor hecho silencio y dedo que recorre aquel rostro.

El niño le deja hacer e él, también, prolonga su grito de amor.

El amor es, siempre, opción de dos.

El grito del amor es el permitir a alguien entrar en su vida.

El grito del amor no necesita de muchas palabras pues todo lo suyo dice de él.

Es la dilatada mirada que mira mucho más de lo que se ve.

Es la prolongada sonrisa que tiñe de blanca dulzura lo que le rodea.

Es la pequeña caricia que se otorga al alma de quien la recibe.

Es la risa que estalla de cascabeles de pura dicha contenida.

Es el color de felicidad que invade el rostro de quien ama sin poder ocultar su mucho amor que le desborda.

Son los ojos que se llenan de humedad porque todo su ser es sensibilidad y ternura.

Todo lo suyo dice, grita, de aquel amor que le hizo llorar para despertar sonrisas por vez primera.

Cuando pasen sus días todo lo suyo continuará siendo un prolongado y continuado grito de amor.

Es allí donde su existir encuentra su razón de ser y su contenido vital.

Por ello es que Navidad no posee fecha concreta ni rojo en el calendario. Puede comenzar un seis y prolongarse en un diez y nueve o estallar en un veinte para coronarse en un veinticinco.

Navidad es de todos los días y de cada momento donde se escucha un grito de amor.

Son gestos, son detalles, son rostros o situaciones o voces que nos acercan aquel grito de amor interminable.

Navidad es ese grito de amor que ya no se pronuncia en soledad sino “contigo”.

Navidad es ese grito de amor que no sabe de distancias porque es presencia constante.

Navidad es ese grito de amor que se prolonga en nuestra historia para que nuestra soledad no sea tal y nuestros sueños se conserven vivos.

 

Padre Martin Ponce de Leon SDB