Una mancha en el espejo
P. Fernando Pascual
14-12-2019
Apenas se nota una mancha en
un espejo sucio: encaja "bien" en el conjunto. En cambio, una mancha
en un espejo limpio desentona, molesta, porque rompe la armonía en la que se
encuentra.
Lo anterior se puede aplicar a
las relaciones humanas. Apenas sorprende la conducta vulgar de quien vive de
modo desordenado, porque forma parte de su "modo de ser". En cambio,
sorprende y escandaliza un comportamiento negativo en quien tiene una vida ordenada.
Sabemos que una mancha es
solamente eso: una mancha. Fijarnos en ella y olvidar que el resto del espejo
está limpio parece un modo extraño de olvidar el conjunto para fijarnos en un
detalle.
Pero precisamente aquí radica
lo sorprendente de la mancha en una superficie limpia: no soportamos la
coexistencia de lo bueno y noble con lo malo y pecaminoso.
Desde luego, no podemos
condenar a un familiar, amigo o conocido solo por esa mancha, por ese gesto
aislado, por ese desliz en su trayectoria. Lo puntual no destruye ni anula lo
mucho bueno que hay en esa persona.
Por eso, más allá de la
mancha, de la falta, del hecho puntual que escandaliza, hemos de fijarnos en el
conjunto y ver cómo lo bueno sigue siendo bueno, a pesar de esa mancha que
desentona.
Con el tiempo, esperamos, esa
mancha será fácilmente eliminada. No sería justo recordarla ni reprochar una y
otra vez a una persona su caída, como si con ella quedasen anulados tantos
momentos de bondad que la caracterizan.
Cuando también nosotros, por
nuestra fragilidad o por egoísmos no del todo curados, caigamos y seamos
manchados, necesitaremos recurrir a Dios para pedir perdón y limpiar lo que
haya oscurecido nuestras almas.
Si eso nos ocurre, esperamos
encontrar a nuestro alrededor no dedos que enjuician y condenan, sino manos
amigas que saben perdonar a quien ha caído, y que le dan ánimos para que pronto
el espejo de su corazón pueda brillar en toda su belleza.