Dependencia e identidad
P. Fernando Pascual
14-12-2019
Dependemos del aire, del agua,
de la comida, de tantos factores externos sin los cuales es imposible continuar
en la existencia.
Al mismo tiempo, y envueltos
en tantas realidades de las que dependemos, somos individuos, tenemos una
identidad propia, única, irrepetible.
Antes de nacer, dependemos por
completo del seno materno. En las primeras etapas de nuestro desarrollo,
nuestras madres eran el ambiente en el que crecíamos.
Tras el parto, seguíamos
dependiendo en mucho de nuestras madres, al mismo tiempo que a nuestro
alrededor otras personas y otros ambientes acompañaban nuestro camino hacia la
madurez.
En los momentos de enfermedad,
sobre todo grave, dependíamos de médicos, enfermeros, a veces de aparatos
sofisticados, gracias a los cuales fue posible superar las crisis y mantenernos
en la vida.
Siempre, en cada minuto de
nuestro camino terreno, dependemos de lo exterior, del ambiente, de los
afectos, de las ayudas, de quienes nos apoyan en el camino.
Tantas dependencias no anulan
nuestra identidad. Antes del parto no éramos una parte del cuerpo materno. Tras
el nacimiento, no fuimos simplemente un añadido sin valor dentro de la familia
y de la sociedad.
Dependencia e identidad han
sido y son dos aspectos inseparables de la vida. Porque nadie conserva el
latido de su corazón sin todo aquello que necesitamos para seguir adelante. Y
porque las ayudas externas nunca suprimen nuestra subjetividad.
Mientras seguimos en vida,
gracias a nuestra identidad, podemos siempre agradecer a tantas personas que
nos apoyan, de las que dependemos de mil maneras, al mismo tiempo que ayudamos
a otros que dependen de nosotros.
Estamos, así, en una cadena de
identidades y dependencias, que resulta maravillosa cuando está cimentada y
sostenida por una característica única de lo humano: la que nos permite amar y
ser amados...