Renovar nuestro modo de
hacer oración
Rebeca Reynaud
Hay
que aprender a escuchar al Señor en la oración, ello requiere
recogimiento, silencio, no tener distractores como el celular.
San Agustín fue un hombre hecho de oración. Dice: Dios ha dispuesto
que combatamos más con la oración que con nuestras fuerzas (Contra Iulianum, 6,15: PL 45.1535)
Con el tiempo el amor tiende a amortiguarse. “Quien está cerca de mí
está cerca del fuego”, dice una palabra extrabíblica
de Jesús, transmitida por Orígenes (citada por J. Ratzinger, en Imágenes de la
esperanza. Itinerarios por el año litúrgico, Encuentra Ed., p. 70). Hay que
darle espacio a los afectos al orar.
Los Hechos de los Apóstoles narran que Pablo y Bernabé curaron en Listra a un paralítico. La multitud pensó que eran los
dioses Zeus y Hermes y pretendían ofrecerles el sacrificio de un toro. Los dos
apóstoles les dicen: “Somos hombres de la misma condición que ustedes, hemos
venido a traerles el Evangelio” (Hechos 14,8-18). Crisóstomo apostilla:
“Cierto, eran hombres como los demás y, sin embargo, distintos de ellos, pues a
la naturaleza humana se le había añadido una lengua de fuego. Así surge la
Iglesia. A cada uno se le da una lengua de fuego, de forma totalmente personal
y distinta. El Espíritu Santo de ha de convertir en nuestro Espíritu. Pero el
fuego quema y trasforma para que el cristianos pueda
decir: “No más yo”. ¿Qué significa “no más yo”? Eso es lo que hay que ver en
nuestra oración personal. ¿Cómo reparar con las deficiencias que arrastro?
Primero debo conocerlas.
¿De dónde saco ese fuego? De la hostia consagrada. La eucaristía
abraza al mundo y lo transforma. El mundo debe hacerse eucarístico. Sin la
eucaristía la Iglesia se convierte en un museo o en un teatro.
Leonardo Castellani se lamentaba de que
habíamos perdido la tensión de la espera esjatológica,
y esa era una de las causas principales de la descristianización. El
Apocalipsis da esperanza porque finalmente, aunque se profetizan grandes
calamidades, el consuelo viene de la victoria de Cristo.
Cuando
oramos por una persona estamos encendiendo una luz en medio de la oscuridad. La
oración pavimenta parte del camino al cielo.
San Pablo de la Cruz escribe: “Cuando nos descuidamos de la oración,
emprendemos el camino amplio de la perdición”.
Alexis Carrel: Si te acostumbras a la
oración, tu vida cambiará profundamente. “El arte de las artes es saber
conversar con Dios”.
“En la oración, lo que cuenta no es pensar mucho, sino amar mucho”,
escribe Santa Teresa de Jesús.
La principal tarea es amar, pero en la relación con Dios, amar es, en
primer lugar, dejarse amar. Empezar por creer que somos
amados. Dejarnos amar supone que aceptamos no ser ni hacer nada. Dejarnos amar
como niños pequeños. Ceder a Dios el placer de amarnos[1].
“Dios no necesita nuestras obras, pero tiene sed de nuestro amor”;
dice Santa Teresita de Lisieux.
Cuenta George Weigel, en Testigo de
Esperanza: En 1958 Karol Wojtyla fue llamado por
el Cardenal Wyszynski y le informó de que, el 4 de
julio, el Papa Pío XII le había nombrado administrador apostólico de la
archidiócesis de Cracovia. Aceptó el nombramiento y acudió de inmediato al
convento de las ursulinas, donde llamó a la puerta y preguntó que si podía
entrar. Le guiaron hasta la capilla y le dejaron a solas. Pasado cierto tiempo
las religiosas empezaron a preocuparse y abrieron en silencio la puerta para
ver qué ocurría. Wojtyla se hallaba postrado en el suelo frente al tabernáculo.
Regresaron varias horas más tarde. El sacerdote desconocido continuaba rezando
ante el Santísimo Sacramento. Ya era tarde; una de ellas le dijo: “Quizás el
Padre desearía venir a cenar...”. El extraño respondió: “Mi tren no sale hacia
Cracovia hasta pasada la medianoche. Por favor, dejad que me quede aquí. Tengo
un montón de cosas de que hablarle al Señor....”. (207).
Somos como esa fibra tosca –fibra de
maguey- de que está hecha la tilma de San Juan Diego. Si somos humildes, sobre
esa tela se podrá plasmar la efigie de la Virgen María, como lo hizo el poder
de Dios en el Tepeyac.
3441 caracteres
[1] Cfr.
Jacques Philippe, Tiempo para Dios. Guía para
la vida de oración. Patmos, Madrid, p. 57.