Cambios en los ecosistemas

P. Fernando Pascual

16-11-2019

 

En general, un territorio más o menos amplio y homogéneo suele caracterizarse por ciertos equilibrios en la fauna y flora allí presente, de forma que se puede prever la duración de tales equilibrios en el tiempo.

 

Ese territorio puede perder su equilibrio biológico por diversos factores: terremotos, sequías o lluvias excesivas, incendios provocados por un rayo, llegada de animales procedentes de otras zonas.

 

Entre los factores que alteran los equilibrios biológicos de muchos territorios hay uno que ha adquirido una fuerza y una presencia inimaginable en los últimos siglos: el factor humano.

 

El desarrollo tecnológico y el aumento de población de nuestra especie ha permitido que los seres humanos no solo modifiquen los equilibrios entre plantas y animales de numerosos territorios del planeta, sino que incluso, según diversos estudios, han llegado a alterar todo el sistema climático terrestre.

 

Ante esta situación, surgen teorías y propuestas que acusan al ser humano de ser culpable de numerosos cambios en los ecosistemas, tanto respecto a territorios más pequeños (un bosque milenario, por ejemplo), como también respecto a territorios mucho más amplios (la selva amazónica).

 

Quienes acusan a los humanos de esos cambios basan sus análisis en diversos presupuestos, dos de los cuales merecen ser profundizados. El primero consiste en suponer que los equilibrios biológicos que conocemos son buenos y que merecen ser conservados. El segundo, que los seres humanos pueden mejorar su comportamiento para no dañar (o para mejorar) la situación del planeta.

 

Respecto del primer presupuesto, se podría analizar en qué sentido o según qué criterios el sistema de equilibrio entre los vivientes en un territorio sería considerado bueno. ¿Depende del número de años de su existencia? ¿O de beneficios que otorga a los seres vivos del sistema? ¿O de otros criterios?

 

Respecto del segundo presupuesto, supone una visión filosófica sobre el ser humano que lo hace diferente de las demás especies, al considerarlo como dotado de una libertad que lo abre tanto hacia lo bueno como hacia lo malo. Por ser libres, cada uno de nosotros puede promover acciones dañinas o benéficas respecto de otros humanos y respecto de los ambientes naturales del planeta.

 

Solo desde una adecuada reflexión sobre estos dos presupuestos es posible encontrar criterios más o menos acertados a la hora de juzgar los cambios en los ecosistemas que tienen su origen en las actividades humanas, para poder distinguir entre los que sean perjudiciales y los que puedan ser vistos como beneficiosos.

 

Desde tales criterios podremos buscar caminos para orientar mejor las decisiones que cada día tomamos, con un objetivo muy concreto: promover modos más adecuados de convivir con las especies vivientes que ahora coexisten con nosotros.

 

Así será posible conservar los ecosistemas que conocemos en todo en todo aquello que tengan de bueno, y emprender acciones que permitan la supervivencia de los seres vivos en nuestro planeta.

 

Como explicaba el Papa Francisco en la encíclica "Laudato si'" (2015), necesitamos reconocer la importancia de la solidaridad intergeneracional, y trabajar tanto por el bien de nuestros contemporáneos como por el de las generaciones futuras, a las que hemos de legar un planeta caracterizado por sanos equilibrios ecológicos.