AFECTOS

 

Si logramos mirar nuestro interior habremos de descubrir nuestros afectos.

Son seres que, de muy diversas maneras, se han ido ubicando en nuestro interior y ocupando su lugar.

Por más que digamos “nuestros” sabemos que no lo son nuestros en cuanto posesión.

Son nuestros en cuanto riquezas en nuestra existencia.

Cada uno de nuestros afectos se ha ido instalando en nuestro interior de muy diversa manera.

Algunos despertando nuestra admiración.

Otros nos han ido obsequiando sus diversos colores.

Algunos desde el misterio de su ser.

Otros desde su gran confianza.

Todos, cada uno de ellos, por su manera de ser. Por ser como son se han introducido en nuestro interior.

Por ello es que nuestros afectos no son una masa amorfa o uniforme que está en nosotros.

Cada uno de ellos es una realidad especial y única.

En nuestro interior, los afectos no se pelean por desplazar a otro ni sufren ataques de celos o de envidia.

Nuestro interior logra darles su lugar y hace que se conserven en él.

Nuestros afectos, desde nuestro interior, nunca nos generan conflictos sino que nos ayudan a ser.

Con sus estilos de vida diversos nos ayudan a animarnos a encarar nuestros caminos de conversión y de empeños en pos de los sueños.

Ellos no se empeñan en imponernos su forma de ser sino que nos respetan, aceptan pero saben que podemos ser mejores y, para ello, nos brindan lo que son.

Como, también, nosotros sabemos que ellos valen por lo que son y así les aceptamos.

Entre nuestros afectos y nosotros siempre crece un particular desafío puesto que siempre la felicidad es una realidad a la que buscar.

De una manera, cada uno de nuestros afectos, nos ayuda a ser más auténticos y así más felices.

En la medida que somos capaces de brindarles lo que somos con autenticidad les estaremos ayudando a ser plenamente y así más felices de verdad.

No es un dar esperando. Es un dar desde el más pleno desinterés y la mayor generosidad.

Un afecto verdadero no apela al engaño ni a la falsedad.

No necesita de ello puesto que sabe es aceptado y valorado por lo que es.

Un afecto verdadero nunca siente vergüenza por lo que es sino que sabe es estimado por ser como es.

Hay afectos que llegan a ser considerados tales luego de un camino compartido.

Hay afectos que irrumpen luego de un mágico momento donde descubre que a esa persona le ha conocido desde siempre y puede confiarse tranquilamente.

Para con los afectos no hay fórmulas ni recetas y, mucho menos, exámenes de admisión.

Ellos no se ganan ni se merecen. Tampoco se hacen méritos para obtenerlos.

Los afectos nunca son producto de alguna forzada relación. Simplemente aparecen, irrumpen en nuestra vida y ocupan un lugar.

Ese lugar se conserva pese a distancias, tiempo o silencios.

Ese lugar es “suyo” y siempre habrá de estar allí por más que parezca se ha perdido.

Existen afectos que son una presencia elocuente desde una cálida sonrisa o una ironía.

Hay otros que son mano tendida en todo momento. Por más que solicite conocer algo más de nuestra vida

Siempre, los afectos, son trozos de Dios que nos ayudan a ser.

Quien se sabe limitado y en búsqueda de ser mejor necesita de afectos.

Los perfectos o los que experimenta que ya han llegado creen que pueden prescindir de los afectos.

Valorar, respetar y saber disfrutar el don de los afectos es un algo que, sin duda nos hace sonreír desde el corazón.

 

Padre Martin Ponce de Leob SDB