CADA DÍA SU AFÁN
LA LECCIÓN DE LOS MUERTOS
El día 1 de noviembre de 1964,
el papa Pablo VI pronunció una hermosa homilía en el cementerio romano de Prima Porta.
1. En primer lugar, exhortó a los presentes a
ser agradecidos con los que nos han precedido con el signo de la fe. Debemos
a estos predecesores el precioso don de la vida. Y les debemos también una
especial gratitud por lo que han trabajado y sufrido por nosotros.
Es
verdad que hoy, “no estamos acostumbrados a volver hacia atrás nuestros ojos, y
preferimos dirigir la mirada a las aspiraciones e intereses del presente y del
futuro. Sin embargo, como hombres y como cristianos, debemos a quienes han vivido antes que
nosotros y han construido para nosotros todo lo que tenemos, un tributo de
gratitud, de oración y de honor”.
2. Además de referirse a los familiares
difuntos, el Papa evocaba también a los que no han dejado quien los recuerde, a
las víctimas desconocidas del trabajo, de las carreteras, del ejercicio de su profesión o de
su compromiso por el bien común. A los
que quedan en el anonimato. Hay que recordarlos
en virtud de la solidaridad y la gratitud por la preciosa herencia que nos han
dejado.
Si
mencionamos a las personas, no podemos olvidar las enseñanzas que nos
entregaron. Según el Papa, las tumbas son otras tantas cátedras de vida. Nos dicen qué es nuestra existencia y nos
hacen meditar.
El
misterio de la muerte y de la separación, puede suscitar en nosotros ideas de
desaliento y desesperanza. “Ante la llegada de la muerte, puede insinuarse en
nosotros el poco noble y anticristiano
propósito de gozar cada instante fugaz de la vida, de recoger los frutos del
bienestar. Pero no es esta la lección verdadera que viene de las tumbas sobre las que está el signo de la
Redención”.
3.
Según Pablo VI, nuestros muertos se han apagado en el cuerpo, pero tienen una
nueva existencia: “¡Qué grande, insondable y maravilloso es el misterio de la
inmortalidad de las almas y qué necesario es tenerlo siempre delante! En realidad cambia toda
nuestra filosofía, nuestra concepción de la vida, nuestros cálculos y nuestro
comportamiento práctico”.
Viviremos para siempre. Ante nosotros se abre
la eternidad. Esa es la lección que nos
enseñan nuestros difuntos: “Cada uno de nosotros puede decir: Yo soy un
viviente. ¿Dónde y cómo? No lo sabemos, porque es un secreto de Dios”.
4.
Ahora bien la vida presente determina el estado de la vida futura. Si en estos
años fugaces llevamos una vida recta, nuestro futuro tendrá una felicidad
completa.
Nuestros
difuntos nos dicen que hemos de ser justos y realizar el bien durante esta
peregrinación en el tiempo que corre, sembrar el bien y vivir no solo para el
mundo y para el día que pasa, sino preparándonos para la jornada sin fin a la
que estamos destinados.
José-Román Flecha
Andrés