Entre la infidelidad y la
fidelidad
P. Fernando Pascual
27-10-2019
Nos duele constatar la
infidelidad de tantos católicos que un día amaron a Dios y luego quedaron
atrapados por el mundo.
Nos duele, además, porque
sentimos nuestra propia debilidad: continuamente estamos en peligro de
alejarnos del amor de Dios.
¿Cuáles son las causas que
pueden llevarnos a la infidelidad, al alejamiento de Dios? Son muchas, y no es
fácil hacer una enumeración completa.
Unos dejan su fe porque no
escuchan a Dios, sino que prefieren escuchar al mundo, al demonio y a la carne.
Otros, porque se apartan de la
luz y prefieren las tinieblas, con la vana ilusión de ocultar sus caprichos y
pecados.
Otros, porque no siguen la voz
de la conciencia y adoptan, como criterio de sus actos, la "prudencia de
la carne".
Otros, porque han construido
sobre arena, es decir, sobre sentimientos, emociones, ayudas externas, que
cualquier día dejan de ser apoyo real.
Otros, porque no han sabido
ofrecer a Dios un terreno bueno ni han cuidado los dones recibidos: la semilla
del Evangelio no puede dar fruto.
Otros, porque prefieren
conservar sus "amistades" y pactar en vez de mantenerse firmes en la
fe cuando ello implica heroísmo.
Otros, porque al compararse
con los demás y descubrir que al malo "le va bien", llegan a pensar
que sus esfuerzos son inútiles y dejan de luchar (cf. Sal 73,2-16).
Otros, porque no se dan cuenta
de la grave situación en la que vive el mundo, alejado de Dios, emborrachado
por placeres malsanos, arrastrado por avaricias.
La lista de infidelidades es
larga, y refleja lo fácil que resulta a muchos abandonar el buen camino para
volver al pecado (cf. 2Ped 2,1-22).
Frente a tantos peligros,
necesitamos mantener encendidas nuestras lámparas y suplicar la ayuda de Dios
para vencer los ataques del maligno.
"Velad, manteneos firmes
en la fe, sed hombres, sed fuertes. Haced todo con amor" (1Co 16,13‑14).
Hay de trabajar siempre
"con temor y temblor por vuestra salvación" (Flp 2,12). Así
estaremos listos para el encuentro más maravilloso con el Padre de las
misericordias.
Entonces alcanzaremos el don
de la fidelidad. Nos uniremos a los santos que han sabido escuchar la llamada
de Cristo y seremos vencedores con el Cordero (cf. Ap
17,14).