El dictador y el campesino
P. Fernando Pascual
27-10-2019
En algún lugar del planeta
vivía un dictador. Era eficaz. Sabía cómo dominar a otros. Pedía más armas.
Imponía impuestos salvajes a la gente. Oprimía a los campesinos. Mientras,
hablaba de justicia, de victoria del pueblo, de la grandeza de su país.
En ese mismo país vivía un
campesino. Trabajaba duro para limpiar el campo, para sembrar, para regar las
plantas. Cosechaba con alegría y así daba de comer a su familia y a tantas
otras personas de la aldea.
Llegaron de la ciudad
funcionarios con órdenes severas del dictador: los campesinos tenían que dar el
grano para el triunfo de la revolución. Había que comprar más y más armas, y se
pagaban con las cosechas.
El campesino se sometió ante
las amenazas de los funcionarios. Tras perder casi toda la cosecha, el
horizonte era dramático: el hambre se extendía sin frenos por toda la región.
Mientras, el dictador presumía
de estadísticas, ensalzaba los enormes progresos de su Estado, amenazaba a los
críticos con el desprecio público, la cárcel o la muerte.
El campesino, como miles y
miles de compañeros, falleció de hambre. El dictador vivió por muchos años,
pero un día (la muerte no perdona a nadie) también falleció.
Empezaron a escribirse obras
sobre el dictador. Los aduladores ensalzaban su valentía, defendían sus
conquistas, lo presentaban como un gran revolucionario, como un líder valiente
que superaba las dificultades con decisiones atrevidas.
No faltaban críticos, pero
como el dictador era de una ideología que dominaba en muchas universidades y
centros del poder, la propaganda a su favor crecía y crecía, mientras que los
críticos eran denunciados como manipuladores, enemigos del pueblo,
reaccionarios y revisionistas.
Nadie hablaba del campesino.
Perdido en las pocas estadísticas sobre los muertos bajo el hambre provocada
por el dictador, ni siquiera tenía sepultura con nombre: había sido arrojado a
una fosa común.
Así se escriben muchas páginas
de la historia humana. Unos, declarados héroes y modelos de altos ideales,
reciben alabanzas desproporcionadas, mientras se ocultan sus crímenes y sus
injusticias. Otros, víctimas inocentes, quedan marginados en el olvido.
Más allá de esas páginas, de
esos libros, de esas fotos, existe Alguien que garantiza una justicia a la que
nunca podremos renunciar. Ese Alguien, Dios, no puede olvidar la honradez de
aquel campesino que nadie en la Tierra recuerda. No puede dejar sin castigo a
quienes injustamente provocaron su muerte.
A ese Dios acuden todos aquellos
que esperan y buscan una respuesta a los enormes males de un mundo herido por
culpa de tantos corazones llenos de injusticia.
Dios, que no olvida a ninguno
de sus hijos, dará a las víctimas inocentes la justicia que el mundo no les dio
en este mundo pero que siempre termina por brillar para todos tras la frontera
de la muerte...