Decisiones desde el amor y para el amor

P. Fernando Pascual

15-9-2019

 

En el libro de san Ignacio sobre los ejercicios espirituales, hay unas líneas (n. 184) donde se dan reglas o consejos para tomar buenas decisiones, es decir, para elegir desde el amor y para el amor.

 

¿Cuáles son esas reglas? La primera indica que nuestras decisiones deber surgir desde el amor de Dios. Para ello, es de ayuda preguntarse si lo que uno va a escoger es o no es para Dios.

 

La segunda regla invita a tomar una cierta perspectiva o distancia. Para ello, uno se imagina a una persona totalmente desconocida y a la que se desea lo mejor (la perfección). ¿Qué le aconsejaríamos para que logre dar mayor gloria de Dios y para el mejor bien de su alma? Lo que respondamos puede servir como regla para nosotros mismos.

 

En la tercera regla uno se imagina que está a punto de fallecer, y ante ese momento se pregunta: ¿qué me gustaría haber decidido en aquella coyuntura de mi vida en orden a lo que vale de verdad a la hora de la muerte?

 

La cuarta regla es similar a la anterior: nos situamos ante el juicio que cada uno afrontará tras la muerte, y nos preguntamos qué habríamos querido escoger en vistas a ese momento, para adoptar la respuesta como criterio para la elección presente.

 

No se trata de un ejercicio abstracto, sino profundamente existencial. Uno de los grandes dramas de nuestras vidas consiste en tomar decisiones según el gusto inmediato, o con prisas, o con miedos, o con ambiciones, o con ansias de reconocimientos por parte de otros.

 

En realidad, lo único que vale la pena, lo único que sirve para el presente y para la eternidad, es lo que decidimos desde el amor y para el amor. Es decir, aquello que libremente escogemos con la mirada puesta en Dios y en lo que Él nos pide.

 

Los consejos de san Ignacio, que nacen desde las enseñanzas de Cristo en el Evangelio ("Buscad primero su Reino y su justicia...", Mt 6,33), ayudan a poner la mirada en lo que es realmente importante, a evitar pecados y errores que tanto nos dañan, y a correr por el camino de los mandamientos, pues Dios nos habrá dilatado el corazón (cf. Sal 119,32).