Un goteo continuo
de inocentes destruidos
P. Fernando Pascual
15-9-2019
En cada aborto un inocente es
destruido. Un hijo, en el seno de su madre, queda excluido del mundo de los
vivos.
Su vida ha sido declarada
"no deseada". Su existencia ha sido vista como un problema. Su
condición humana ha sido ignorada, o negada, o simplemente declarada "no
planeada".
La película "Unplanned" (traducida como "No Planeado" o
"Inesperado"), que surge del libro del mismo título publicado en 2011
por Abby Johnson, desvela en parte ese drama.
Solo en parte, porque el
número de abortos es enorme: cada año millones y millones de hijos son
destruidos antes de nacer.
Pero al menos, con el libro y
la película, podemos recordar ese goteo, a veces auténtico chaparrón, de inocentes
destruidos antes de nacer.
¿Qué hacer ante un drama de
esas dimensiones? ¿Por qué las personas no abren los ojos ante una hecatombe de
tantos millones de hijos?
Es difícil explicar cómo se ha
llegado a esta situación. En el fondo, se esconde una mentalidad que promueve
la cultura de la muerte, y que fue denunciada proféticamente por Juan Pablo II
en la encíclica "Evangelium vitae".
Porque el aborto se ha
convertido en muchos lugares en un hecho cotidiano, rutinario, como si fuera ya
parte de la cultura. Porque tantos y tantos seres humanos ni siquiera hablan
del tema, por miedo o por aceptación.
Existen, hay que reconocerlo,
miles de personas que buscan detener el aborto, que ofrecen ayuda a las mujeres
en dificultad, que promueven una cultura de la acogida y del amor hacia los
hijos antes de nacer y hacia las madres en dificultad.
La tarea para detener el
aborto puede parecer titánica, casi imposible. Pero cada vida salvada, cada
hijo rescatado, cada madre ayudada, se convierten en pequeñas victorias de la
vida.
El goteo del aborto sigue,
implacable. Hoy, en muchos rincones del planeta, mujeres muy jóvenes o ya
adultas, entrarán en lugares (no merecen llamarse clínicas) donde sus hijos
serán destruidos.
Esos hijos asesinados quedan
en el corazón de Dios. Y sus madres, necesitadas de misericordia y de sanación,
tendrán siempre abiertas las puertas del arrepentimiento, que las rescatará del
mal cometido y que las ayudará a reconocer la belleza del amor que acoge y ama
al más pequeño de los seres humanos: el hijo antes de nacer.