CADA DÍA SU AFÁN
UN MÁSTIL EN EL DESIERTO
El
día 14 de septiembre, la Iglesia Católica celebra la fiesta de la Exaltación de
la Santa Cruz. Con esta fiesta se conmemora la recuperación de la Cruz de
Cristo por obra del emperador Heraclio. Las invasiones de los persas de Cosroes
se la habían llevado de Jerusalén.
Vencidos
los invasores, el emperador bizantino devolvía la cruz a la ciudad de
Jerusalén. Como escribía el P. Justo Pérez de Urbel, “desde entonces la fiesta
de la Exaltación convirtióse en la conmemoración del retorno de la Cruz, en el
triunfo prodigioso de la Cruz, cautiva de los adoradores del fuego”.
Pero
más allá de esa evocación histórica, esta fiesta nos invita a preguntarnos qué
papel juega la cruz en nuestras vidas.
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La cruz material es discutida como nunca. En nombre de la democracia se la retira
de los lugares públicos. Dicen que se trata de
no ofender a los miembros de otras religiones que viven entre nosotros,
pero esa razón ni siquiera convence a quienes la invocan.
Por
otra parte, también los cristianos hemos trivializado la cruz. La hemos
convertido en adorno enjoyado o la usamos como un amuleto para curar ciertos
dolores. Y a veces la empuñan como cofrades penitenciales algunos que no creen
en Aquel que en ella murió por redimirnos.
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Pero el verdadero problema es la otra cruz, la espiritual. No aceptamos nuestras
cruces. Y en cambio, imponemos cruces muy pesadas sobre los hombros de los
demás. Las cruces del hambre y la marginación, del desprecio y el abandono, de
la miseria y la guerra, de la violencia y el despojo.
Esta
fiesta nos recuerda la conversación de
Jesús con Nicodemo. Aquel magistrado judío reconocía a Jesús como el Maestro
enviado por Dios. Jesús le mencionó una imagen que recogía el libro de los
Números (21,4-9). Con motivo de una plaga de víboras, Moisés fabricó una
serpiente y la hizo colocar en un mástil izado en medio del campamento
israelita.
Los
que volvían sus ojos hacia aquel amuleto se veían libres de las mordeduras de
las víboras. Pero el libro de la Sabiduría anotaba que, en realidad, era la fe
la que les curaba.
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También Jesús había de ser levantado en alto. Para alcanzar la salvación hay
que volver la vista a Jesucristo, levantado en alto sobre la cruz. Mirarle a él
equivale a creer en él y aceptarlo como Salvador.
La leyenda de la serpiente de bronce evoca la otra serpiente que desencadena el pecado y la muerte, la desarmonía y la nostalgia del paraíso. Por eso la liturgia de hoy nos introduce en el drama del pecado y de la salvación al pronunciar los motivos por los que damos gracias a Dios:
“Tú
has puesto la salvación del género humano en el árbol de la cruz, para que,
donde tuvo origen la muerte, de allí resurgiera la vida, y el que venció en un
árbol, fuera en un árbol vencido, por Cristo Señor nuestro”.
En
realidad, ningun árbol dio mejor tributo, en hoja, en flor y en fruto.
José-Román
Flecha Andrés