El novelista y Dios
P. Fernando Pascual
1-9-2019
El novelista crea personajes,
construye ambientes, narra historias, elabora misterios, entreteje desenlaces.
Dios crea seres espirituales
libres, en ambientes que poco a poco esos seres pueden modificar.
El novelista controla aquello
que ha creado. Tiene en sus manos la trama. Los personajes y todo lo que les
rodea son "suyos".
Dios también
"controla", pero de modo diferente. Porque los seres libres, hombres
o ángeles, deciden lo que aman, lo que hacen, lo que sueñan, lo que lloran.
Tolkien decía que el escritor
imita a Dios. Es un "subcreador". Pero le
falta algo que solo Dios puede hacer.
Porque ni el mejor novelista
puede crear un personaje libre. Aunque su protagonista muestre golpes de efecto
insospechados, todo lo que haga, todo lo que diga, todo lo que piense, está en
manos del escritor.
En cambio, Dios tiene un poder
tan grande que sus creaturas racionales, sus hijos, son capaces de tomar la
propia existencia en sus manos, pueden decidir si odian o si aman, si destruyen
o construyen.
Una buena novela lleva al
lector a sentir, a soñar, a pensar. Disfruta al contemplar la psicología del
héroe, tiembla ante la maldad del villano, admira la generosidad de un
auténtico enamorado.
La narración de una vida real,
en cambio, suscita todo tipo de sorpresas. Tiene mil misterios que surgen de la
libertad de quien hoy decide como un egoísta despiadado, mientras que mañana
llora como un pecador arrepentido.
Un buen novelista puede
sentirse orgulloso de su obra, amar a sus personajes, explicar los motivos de
sus narraciones, profundizar en la mente del joven idealista o del anciano
lleno de sabiduría.
Dios también ama a sus hijos,
aunque a veces pueda sentir pena al contemplar la ingratitud de muchos, el orgullo
de otros, la falta de esperanza en tantos, y el dolor de las víctimas
inocentes.
Son muy diferentes Dios y el
novelista. Porque el primero es capaz de promover amores libres, con todos los
riesgos que la libertad encierra, mientras que el segundo tiene plena autonomía
para decidir sobre cada una de sus páginas.
En el verdadero y "gran
teatro del mundo" (recordamos a Calderón de la Barca, un ingenioso subcreador del pasado), cada uno de nosotros colabora, con
sus miedos y sus valentías, con sus odios y con sus amores, en la escritura de
la historia humana.
Dios ha puesto en nuestras
manos esa historia. Somos responsables de nosotros mismos y del devenir del
mundo. Por eso pedimos a Dios algo mucho más bello y más grande que la
inspiración del mejor novelista: que sepamos pensar y decidir desde el amor y
para el amor...