La
susceptibilidad nos puede atormentar
Martha Morales
La joven Yolanda termina el último año de secundaria, y como sus
padres tienen dinero, la invitan a un viaje por varios países. Es la única del
curso que puede hacer algo semejante. Una amiga le pregunta si va a ir a la
fiesta esa noche.
—¿Qué fiesta?, interroga Yolanda
— La de tu curso, ¿no te han avisado?
—¡No!
—Perdona, creo que he metido la pata
—No te preocupes. En mi curso nunca me han querido, son envidiosas.
A las ocho de la noche aparecen dos compañeras para invitarla a un
lugar, pero es sorpresa. No le pueden decir dónde ni cómo. Ella tiene que ir.
Yolanda les dice:
— Sé que han organizado una fiesta entre ustedes, así que no
cuenten conmigo. Ya sé que me tienen envidia. Y da un portazo.
La madre de Yolanda escucha el portazo y pregunta a su hija:
— ¿Te han venido a recoger tus amigas? Ayer me dijeron que te
tenían preparada una fiesta sorpresa. Yo no debía decirte nada. Tu hermana ya
se fue.
Este es un perfecto ejemplo de susceptibilidad. La persona
distorsiona la realidad con sus prejuicios. La persona pierde entonces el
manejo de la situación. La persona susceptible es altamente insegura. Ponderan
en exceso el bienestar económico y el prestigio, porque la seguridad material
se asocia a la seguridad personal. Cuando no son tomadas en cuenta, lo ven como
una amenaza a su seguridad. El Doctor Castañón afirma que “la intensidad de la
respuesta susceptible, es proporcional al grado de inseguridad y subestima”.
Quienes presentan este cuadro son sensibles a toda provocación, no
les gustan las bromas sobre ellas. Tampoco han aprendido a reírse de sí mismas.
Todo es muy serio y rígido. Tienden al rencor, no olvidan fácilmente. Son
revanchistas.
El Dr. Ricardo Castañón dice: “El susceptible sufre de autoestima
baja, complejo de inferioridad, agresividad encubierta, cree que las personas
confabulan frecuentemente en su contra. Imagina cómo responder a quienes le hagan bromas. Un perfil de este tipo hace que sus
esquemas mentales interpreten los nuevos datos de forma distorsionada”.
A las personas susceptibles no se les puede educar con facilidad
porque todo el tiempo piensan en sí mismas. Si una persona es susceptible y no
lo reconoce, le va a echar la culpa de todo a los demás.
Difícilmente se mantienen relaciones duraderas con este tipo de
personas. Las relaciones se truncan por esta capacidad insidiosa de
desorganizar lo que está consolidado, que no estuvo pensado para ofender, pero
ellos así lo interpretan. Por esta tensión sufren ansiedad, irritabilidad.
Estas personas sufren y hacen sufrir. Deberían de plantearse una mayor
serenidad, la auto aceptación, la estima y la
capacidad de ser felices y hacer felices a los demás.
Nadie ha sido hecho para llevar una vida apagada, estrecha o
constreñida a un espacio reducido, sino para “vivir a sus anchas”. Nuestra
falta de libertad proviene de nuestra falta de amor: nos creemos víctimas de un
contexto poco favorable cuando el problema real se encuentra en nosotros. Es
nuestro corazón el prisionero de sus miedos o de su egoísmo; es él el que debe
de cambiar y aprender a amar.
El resentimiento es ira reprimida”. Cuando hay resentimiento
estamos siempre de mal humor, nos quejamos de todo, nos volvemos sarcásticos e
hirientes, todo criticamos, todo nos parece mal.
El resentimiento nos lleva a culpar y responsabilizar a otro por
las aflicciones personales, por la ofensa o por la falta de alegría, y no se
busca la respuesta dentro de uno mismo. Cuando no se cumplen las expectativas,
quieres controlar todo y tienes planes y proyectos inflexibles e inamovibles.
Emmanuel Kant decía: “La impaciencia es la debilidad del fuerte y
la paciencia la fortaleza del débil”.