Cristo, el primer grano de
trigo
P. Fernando Pascual
6-8-2019
Cristo enseñó que si el grano
de trigo no cae y muere queda solo, pero que da mucho fruto cuando muere (cf. Jn 12,24).
No solo lo enseñó: lo vivió.
Porque Cristo es quien, al dar su vida por amor, ha vencido a la muerte y ha
producido una fecundidad inimaginable.
Desde entonces, la espiga de
los creyentes crece y crece, se propaga, avanza a lo largo de la historia.
Unidos a Cristo, miles de
corazones han aprendido a dar su vida. Al morir en el surco, tras las huellas
de su Maestro, han llenado de fecundidad el mundo.
No conocemos el número de
cristianos que han logrado esa fecundidad al ser capaces de darlo todo al
seguir a Cristo, el primer grano de trigo.
Pero un día comprenderemos que
la entrega de esos héroes, muchos desconocidos, ha transformado la historia, ha
dado frutos incontables.
Lo expresaba de modo íntimo y
profundo una mártir del siglo XX, filósofa y carmelita, que supo morir bajo una
de las tragedias más grandes de la historia.
"En la noche más oscura
surgen los más grandes profetas y los santos. Sin embargo, la corriente
vivificante de la vida mística permanece invisible. Seguramente, los
acontecimientos decisivos de la historia del mundo fueron esencialmente
influenciados por almas sobre las cuales nada dicen los libros de historia. Y
cuáles sean las almas a las que hemos de agradecer los acontecimientos
decisivos de nuestra vida personal, es algo que solo sabremos el día en que
todo lo oculto será revelado" (Edith Stein, Vida escondida y epifanía,
en Obras Completas V, Burgos 2007, 637).
El mundo está lleno de
"celebridades" que brillan y reciben aplausos y reconocimientos. Pero
sus acciones son estériles si no están unidas a la entrega propia de la
fecundidad.
Cristo, el primer grano de
trigo, dio inicio a una cadena de amor que llega hasta nuestros días. Cada vez
que comulgamos dignamente en la misa y recibimos el fruto de la entrega del
Maestro, dejamos que Su Vida nos transforme.
Entonces podremos también
nosotros, como tantos y tantos católicos de todos los tiempos, morir
serenamente en el surco y ser fecundos para la vida de nuestros hermanos.