Sant Julià de Lòria en Andorra
Padre Pedrojosé Ynaraja
Desconozco los motivos que ocasionaron que apareciera,
ilustrando el reportaje de la semana pasada, fotografías que correspondían a la
iglesia de Santa Coloma, en la misma Andorra. He creído más oportuno corregir
ligeramente el texto y añadirle el complemento que faltaba.
Siento gran
simpatía por este país, reconocido Estado de Derecho, presente en la ONU, con
embajadores y cuerpo consular, su idioma oficial: el catalán, es el mayor de
las pequeñas naciones de Europa, que en sus 468 km² de extensión cobija más de
40 iglesias románicas. Ahora bien, la característica más singular quizá sea que
la jefatura del Estado la ejercen dos príncipes, el obispo de la Seu d’Urgell y el Jefe de Estado
francés (heredero este de los derechos del conde de Foix).
Régimen democrático, su Gobierno es elegido por votación popular.
Me refiero hoy a este soberano rincón pirenaico porque el
pasado Pentecostés fue inaugurado y bendecido el nuevo interior de la
iglesia parroquial de Sant Julià
de Loria, la más meridional de sus siete poblaciones. Para que el lector se
oriente y sin precisión, por pura experiencia de mis muchos viajes, diré que
las distancias fronterizas de norte a sur y de este a oeste, es de unos 45km.
Que nadie pretenda corregirme, son cifras aproximadas, no he podido encontrar
ningún cálculo escrito.
Nunca me había parado en el centro de esta parroquia, este es
el nombre que reciben en Andorra la capital y sus pueblos, pero en cuanto que
por la prensa me enteré de que el famoso P. Marko Ivan Rupnik había realizado una
obra suya allí, tardé muy poco en visitarla.
Mi relación con la clerecía de Andorra es excelente, mi
admiración también, desde el Arzobispo hasta el sacristán de la Basílica de Meritxell, así que me fui ilusionado y confiado. Me
separan de Sant Julià 2h30m
de coche. Poco más de 270km. La simpatía que siento por el lugar y su clerecía,
vuelvo a repetirlo, sentí que el trayecto era corto. Pese a que no pertenezca a
la Unión Europea, el cruce de la frontera es sencillo y rápido, generalmente.
El recibimiento, acogida y amables explicaciones de su
párroco, Josep Chisvert, superaron mis expectativas.
Pese a que al turista le puedan interesar otras cosas, yo
empiezo por las que considero más importantes, que hoy se refieren a esta
iglesia parroquial.
Primera feliz constatación, el recinto está abierto cada día
de 9 a 21 horas. Por supuesto, la entrada es libre. La ambientación del
recinto, iluminación, distribución de espacios, tenue música ambiental, todo,
despide un excelente aroma espiritual, perceptible por quienquiera que entre.
Creo recordar que de los orígenes románicos del edificio solo
queda visible el campanario. La nave se ha reformado en diferentes ocasiones y
supongo que hasta el presente, ni el mismo retablo barroco, que leo se ha
conservado, casi nada, destacaba singularmente.
Del P. Marco, no repetiré, para simplificar, el segundo
nombre y apellidos que figuran arriba, conocía por reproducciones parte de su
obra, especialmente la decoración de la iglesia Redemptoris
Mater, en la Ciudad del Vaticano. Es jesuita, teólogo y escritor. Como artista
se ha hecho famoso como mosaista, con obras que
adornan numerosas iglesias. Ordenado sacerdote en 1985, trabajó sobre todo
entre jóvenes. Supongo que dada la categoría de sus creaciones estéticas, hoy
en día su vida debe dedicarla enteramente a la creación plástica estética.
Antes de iniciar la más mínima explicación de la obra de Sant Julià, quiero advertir dos
cosas.
En primer lugar señalo que la decoración del ámbito, más bien
el embellecimiento religioso de lo que encerraban sus paredes desnudas, por lo
que me explicó el párroco, fue exclusivo proyecto suyo, del artista-artesano,
que trabajó con entusiasmo, ayudado por un equipo que en poco tiempo completó
la obra.
En algunos casos, pocos, se trata de pintura sobre vidrio,
realizada en su taller según me contaron, supuse que los pigmentos se habían
sometido al fuego, resistentes por tanto al roce y al paso del tiempo.
Lo que destaca, lo que más llama la atención e impresiona,
son los mosaicos. Figurativos en la mayoría de los casos, pura decoración en
otros, pocos. No pretenden ser puro adorno sino enlace de la creación actual
con lo antiguo acertadamente conservado. Apropiados ejemplos son los espacios
que rodean la imagen románica de Santa María, patrona de la parroquia, o el
conjunto alrededor de una antigua imagen de Cristo Crucificado, al que ha
añadido a sus pies la típica calavera que tanto aparece en la tradición
oriental.
Acostumbrado como uno está a mosaicos de la escuela vaticana
o de la de Rávena, que cuando uno pasa el dedo sobre la superficie, apenas nota
la juntura de las teselas, por lo fina y plana que es su superficie, debe
olvidar aquí esta experiencia. Será mejor, si le es posible, recordar al
genial Antoni Gaudí, arquitecto de la Basílica de la Sagrada Familia de
Barcelona, y otras muchas notables edificaciones. En muchos casos adornaba los
espacios, planos o curvilíneos, con creaciones conseguidas a base de fragmentos
irregulares de mosaicos de los que se emplean, generalmente, para recubrir
domésticos frisos y paredes, conocidos también como azulejos, pero nadie duda
atribuirles el honor de mosaicos, calificados localmente con el nombre catalán
de “trencadís”.
La obra del P. Marko que observamos
esta compuesta de fragmentos cubiertos de fino pan de
oro, redondeados guijarros blancos de los que encontramos en las playas,
rústicas piedras arrancadas agresivamente de la misma cantera e incrustadas
fijamente en el muro mismo junto a delicadas menudas teselas, en espacios
minimalistas, de la más pura composición tradicional.
Conocía, ya lo decía, buenas reproducciones de obras del P Marko, pero, evidentemente, eran imágenes en dos
dimensiones y en Sant Julià
en cambio, uno observa notorios realces en el conjunto de la superficie.
Pedruscos en la composición de la calavera del pie de la imagen del Santo
Cristo, por ejemplo, diminutas piezas en otros casos.
Cuando fotografiaba era muy consciente de que a lo que
posteriormente enseñaría, le faltaría este peculiar relieve. Hablo ahora como
fotógrafo. Hoy en día, la reproducción del relieve se consigue, con más o menos
acierto y más o menos desembolsos, debido a la complicada tecnología que supone
conseguirlo, mediante la holografía. He leído hace pocos días que empresas
fabricantes de máquinas fotográficas de prestigio, Sony &Co, parece que
están logrando conseguir holografías, valiéndose de cámaras incorporadas a
teléfonos móviles o celulares, más exactamente llamados smartphones.
En mis inicios fotográficos, cuando tenía 13 años, revelaba material sensible
en blanco y negro. Por buenas que fueran las copias, siempre pensaba que la
realidad de mi entorno era de color, del que aquel material carecía. Hoy
reproducimos la totalidad del espectro óptico, con más o menos acierto, con
cualquier cámara fotográfica. Evidentemente, las copias que sacamos se parecen
mucho más a la realidad, que las de aquellas películas ortocromáticas.
El lector deberá tener en cuenta estas divagaciones mías, al
fijarse en las ilustraciones que acompañan a este artículo e imaginarse tanto
como le sea posible el relieve al que me he estado refiriendo y que es original
particularidad de lo que vengo explicando. Mientras tanto, que se contente con
lo que ofrezco y se anime, si le es posible, a visitar Sant
Julia de Loria, permanecer contemplando, rezando y gozando, estética y
espiritualmente. Que la presencia, la visión directa, supera siempre cualquier
reproducción o explicación, por buena que sea.
Cambio de tercio: las imágenes.
Advierto que la concepción del conjunto del interior de la
parroquia es idéntica a la que gozaban las tan celebradas en otro no lejano
tiempo, llamadas arquitectónicamente iglesias teológicas. Fisac
es buen ejemplo de ello.
Me sitúo en el interior de la iglesia de la que vengo
escribiendo. Evidentemente el espacio principal, la iluminación y emplazamiento
preferente, le corresponden al altar, al que le envuelve la decoración del
antiguo ábside, que actúa centrando la atención, proclamando la Fe que mueve al
artista y debe también impulsar al fiel que contempla.
En el centro de la decoración está la tradicional figura del Pantocrator, que si,
generalmente, estaba acorazado por los Tetramorfos, los cuatro evangelistas, en
este caso son Santa María y San Juan Bautista, San Pedro y San Pablo, figuras
las dos últimas representativas de oriente y occidente, de una única Iglesia.
Añadiéndole San Germán y San Julián, patronos del lugar.
Me contaba el párroco que al P. Marko
le ilusionó que en Andorra se venerase a San Germán, santo que le había tocado
estudiar, por encargo del Papa Juan-Pablo II, al diseñar la iglesia Redemptoris Mater, que he mencionado anteriormente, ya que
había sido este santo el primer estudioso de la ordenación de los espacios
litúrgicos.
Pues sí, los patronos de esta población andorrana son él y
San Julián. Me propongo en cuanto pueda estudiar yo mismo quienes fueron estos
santos y lo que representaron en la historia de la Iglesia, local y universal.
Al lado derecho, situados todavía en el presbiterio, figura
la inmensa boca de una serpiente, recuérdese las peculiares características del
tragadero de estos reptiles. En su interior Jesucristo alarga las manos y saca
de las fauces que les aprisionan, a Adán y Eva. Sorprende y satisface la
original creación del autor, cuando uno recuerda el icono bizantino de la
bajada del Señor a los infiernos. Si nueva es la plasmación del entorno, el
ademan de los brazos y manos de los tres protagonistas, es totalmente
tradicional en la iconografía oriental.
Algo semejante ocurre con la imagen que ocupa la izquierda:
el nacimiento de Jesús en Belén. El Niño está fajado, como la mortaja de un
difunto, está destinado a morir, no hay que olvidarlo y para más recalcarlo,
está en el interior de un tosco ataúd, no en un pesebre. Este pequeño detalle
le recordará al lector la característica que señalaba antes: la composición,
además de estética es hondamente teológica.
El altar es un perfecto cuadrilátero regular. Expresión de lo
absoluto y lo perfecto, rodeado todo él, como el mismo cirio pascual, de un
anillo, expresión matrimonial de la unión de Cristo con su esposa la Iglesia.
El ambón es claramente un espacio específico, no un simple
atril. Se entra al lugar por la derecha, dejando atrás las realidades del
mundo. Se proclama la Palabra, presencia que alimenta el espíritu, y se
abandona allegándose al altar a la situación trascendente.
La imagen de Cristo uno al observarla no sabe bien si domina
el misterio de la crucifixión o el de la resurrección. Acertada expresión
catequética. Al pie se repite la salvación. El Señor da la mano a nuestra madre
Eva.
¿Y el Sagrario? Evidentemente no
puede faltar. Ahora bien, hay que recordar la procedencia del P. Marko. Nunca diseñará una custodia semejante a las de Juan
de Arfe, Toledo, Sevilla &Co. Ni a la que preside la procesión de
Corpus Christi, de Barcelona, que es el trono real de Martín el Humano, rey de
Aragón. En Sant Julia, en el lugar preferente del
muro del antiguo ábside, esta incrustado el Sagrario,
sin la espectacularidad del que pueda uno observar al pie de un retablo barroco.
Lo rodean, como al conjunto del presbiterio, lámparas
encendidas que son huevos de avestruz. Nuevo símbolo de vida, muy oriental. Uno
recuerda ahora la imagen de Santa María Magdalena, enseñándole un huevo al
Emperador Tiberio de Roma y que según dice la tradición, que recuerdo del
monasterio ruso del monte Olivete, en Jerusalén, ante
la muestra del huevo que le mostraba, el mandamás imperial se convenció. Y de
ello y otras más historias, deriva la antigua costumbre de ofrecer huevos
de Pascua.
Más que lugares específicos, uno respira en esta iglesia el
relato del Apocalipsis refiriéndose a la Nueva Jerusalén: La ciudad no tiene
necesidad de sol ni de luna que la iluminen, porque la gloria de Dios la
ilumina, y el Cordero es su lumbrera.(Ap 21,23).
Finalmente, quiero acabar para no fatigar al lector. Olvido
expresamente las pinturas sobre cristal que decoran el pórtico descriptivas del
Éxodo, y en algún otro sitio y que a pese a su belleza, considero no expresan
tan maravillosamente el mensaje como los mosaicos que son más genuinamente
originales
Acabo, pues, con el baptisterio. Situado junto a la entrada,
centrado el conjunto en la pila bautismal, de piedra y de épocas románicas.
Revisten la bóveda y muro curvilíneo preciosos mosaicos. En la parte cenital,
expresión simbólica del Misterio de la Santísima Trinidad, en las paredes
la escena del Bautismo del Señor.
Añado ahora, y para más inri, que para ilustra al visitante,
en un atril muy visible se ofrecen dos libros que puede manejar con libertad.
Uno es igual al que yo poseo y que es una buena reproducción de la iglesia “Redemptoris Mater”, de la Ciudad del Vaticano. El otro es
un estudio del estilo del P. Marko. No puedo ocultar
que, pese a no olvidar el origen oriental del autor, mirando alguna ilustración
detenidamente, me sugirió por su colorido y composición de los rostros, alguna
obra de G.H. Rouault, francés más o manos fauvista y expresionista,(París 1871-1958)
Y si lo he señalado es para que se comprenda que en esta
iglesia de Sant Julià, uno
se encuentra satisfactoriamente bien, sumergido en la tradición, guardado y
evocado que pueda tener en su interior, expresiones estéticas antiguas,
sumergido en el presente y empujado al futuro.