Dios no quiere el pecado, pero
lo permite
P. Fernando Pascual
4-7-2019
Uno de los hechos más
sorprendentes de la experiencia humana consiste en descubrir que existe el
pecado, un pecado posible porque Dios dio la libertad a los humanos.
Dios no quiere el pecado, ni
quiere la injusticia, ni quiere tantas consecuencias del mal que dañan a
millones de inocentes y también a los mismos culpables.
Pero Dios ha dado a los seres
humanos ese gran don de la libertad, esa posibilidad de amar que implica
también la posibilidad de no amar, de odiar, de dañar, de pecar.
A veces quisiéramos que el
pecado fuera imposible, que la maldad no pudiera darse en nuestro mundo. Pero
la imposibilidad del pecado implica la negación de la libertad, y así la
imposibilidad del amor.
Frente a tantas consecuencias
del pecado, algunas cristalizadas en estructuras sociales, en organizaciones
políticas, en tradiciones culturales o pseudorreligiosas,
la fe nos desvela uno de los grandes misterios del amor de Dios.
San Pablo lo explicaba con una
fórmula que conserva todo su vigor después de casi dos mil años: "pero
donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rm
5,20).
El "Catecismo de la
Iglesia Católica" (n. 311), citando a san Agustín y a santo Tomás de
Aquino, habla sobre este tema. Explica cómo por la libertad concedida a los
ángeles y a los hombres entró el mal moral en nuestro mundo. Y cómo Dios, que
permite ese mal, es capaz de sacar del mismo algún bien:
"Porque el Dios
Todopoderoso (...) por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus
obras existiera algún mal, si Él no fuera suficientemente poderoso y bueno para
hacer surgir un bien del mismo mal (S. Agustín, "Enchiridion"
11,3)".
El mal sigue a nuestro lado,
entra en nuestros corazones, nos hiere continuamente. Desde la confianza en
Dios podemos curar sus consecuencias, consolar a los dañados por la torpeza
humana, acercar al pecador al encuentro con el Dios de la misericordia.
Hoy, como siempre, sigue en
pie la gran invitación de san Pablo: "No te dejes vencer por el mal; antes
bien, vence al mal con el bien" (Rm
12,21).