Conversión y mensaje cristiano
P. Fernando Pascual
30-5-2019
La conversión es una
experiencia hermosa, a veces difícil, que cambia profundamente los corazones.
Cuesta la conversión cuando
uno mira sus propias fuerzas, cuando teme las reacciones de otros, cuando
siente todavía el atractivo del mal.
Pero la conversión parece
posible cuando nos dejamos mirar por Dios, cuando permitimos que la Sangre de
Cristo borre nuestros pecados.
También hoy resuena la voz de
Cristo que nos invita a la conversión: "El tiempo se ha cumplido y el
Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en el Evangelio" (Mc
1,15).
En el núcleo del mensaje
cristiano, la conversión brilla con especial intensidad. Se trata de apartarse
de las tinieblas para empezar a vivir en la luz, que es Cristo (cf. Jn 1 y todo el simbolismo de la Vigilia Pascual).
"La noche está avanzada.
El día se avecina. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y
revistámonos de las armas de la luz" (Rm
13,12‑13).
El "Catecismo de la Iglesia
Católica" habla de la conversión en numerosos lugares. Entre ellos,
podemos destacar uno que habla de la predicación constante de la Iglesia:
"Cristo, después de su
Resurrección, envió a sus apóstoles a predicar en su nombre la conversión para
perdón de los pecados a todas las naciones (Lc
24,47). Este ministerio de la reconciliación (2Co 5,18), no lo
cumplieron los apóstoles y sus sucesores anunciando solamente a los hombres el
perdón de Dios merecido para nosotros por Cristo y llamándoles a la conversión
y a la fe, sino comunicándoles también la remisión de los pecados por el
Bautismo y reconciliándolos con Dios y con la Iglesia gracias al poder de las
llaves recibido de Cristo" ("Catecismo de la Iglesia Católica",
n. 981).
La llamada del Buen Pastor
llega a cada generación humana y nos invita al cambio más radical y decisivo:
dejar el pecado para empezar a vivir en el Señor.
Ese es el mensaje de Jesús.
Esa es la enseñanza de la Iglesia. Esa es la realidad que se celebra y vive en
cada uno de los sacramentos, especialmente en el bautismo ("para la
remisión de los pecados") y en la penitencia.
Hoy resuena, en lo íntimo de
nuestras almas, la voz de Cristo que nos invita a la conversión. Si abrimos el
corazón, romperemos con el pecado y entraremos en el maravilloso mundo del amor
verdadero.