Pereza y diligencia
P. Fernando Pascual
24-5-2019
Los vicios capitales provocan
numerosos daños en las personas. El vicio de la pereza lleva a descuidos,
negligencias, omisiones, además de que prepara el terreno a otros males.
La pereza crece cuando se
autoalimenta. Basta con remolonear a la hora de levantarse, preferir algo fácil
en Internet que la tarea importante, posponer una y otra vez lo que resulta
costoso, para que el vicio aumente en el corazón.
Al revés, la pereza queda
vencida si en momentos concretos preferimos acometer lo importante no solo para
quitarnos de encima un asunto pendiente, sino por la convicción de que vale la
pena hacer el bien requerido en cada momento.
El camino para derrotar a la
pereza está en el amor. De ahí nace el nombre de la virtud de la diligencia, la
peor enemiga de la pereza y la mejor aliada de la perfección y de tantas otras
virtudes.
La diligencia es esa
disposición para actuar el bien en cada momento y con ánimos y decisión. Ayudar
a un familiar, acometer el trabajo pendiente en la oficina o la fábrica,
limpiar el cuarto: son acciones concretas que surgen desde el amor.
Porque el amor tiene como
característica propia la actividad. Quien ama, trabaja para servir, para tender
una mano, para realizar tareas que son vistas no solo como obligaciones sino
como parte del camino que nos une a los demás.
En ambientes que exaltan el
descanso, que presentan las cosas como fáciles, que buscan evitar las fatigas,
el amor verdadero sacará los corazones de la pereza y los impulsará a una
actividad llena de confianza.
Vencer la pereza es posible
con algo tan sencillo como el amor aplicado a cada momento. Ahora, sin esperar
a ocasiones que no sabemos si se darán, podemos dedicar nuestro tiempo,
energías, mente y corazón, para el horizonte más hermoso: amar a Dios y a los
hermanos en acciones concretas y benéficas.