Iglesia atenta al nuevo signo de los tiempos
Angel Gutiérrez Sanz (
Catedrático de filosofía jubilado. Autor de varios libros)
En los albores del Cristianismo, la Iglesia primitiva
estaba constituida por comunidades
dispersas y pequeñas, tanto que a veces no llegaban ni a cinco los cristianos
que se reunían en casas particulares con
pocas provisiones doctrinales, pero bien
abastecidas de evangelio, llenas de caridad y con una fe que movía montañas. Se habían quedado con lo esencial y no
necesitaban de nada más. Les bastaba con saber
que el amor fraternal era la clave para interpretar el evangelio y
habían entendido que su unión con Cristo era la mejor garantía de un
cristianismo autentico. Llevaban una
vida humilde y sencilla como lo fue la de María y la de su hijo el Pobre de
Nazaret. En medio de los avatares de este mundo todo trascurría de forma
natural al trasluz de la experiencia cristina y las situaciones difíciles que
se iban presentando eran afrontadas con la seguridad propia de quienes se sentían
poseídos por la fuerza del espíritu. Su ejemplo, frecuentemente sellado con su
sangre, trascendía al exterior convirtiéndose en argumento irrefutable, convincente y operante. Este fue
el secreto evangelizador de la primitiva Iglesia que hizo posible el milagro de
una cristianización que se expandió por el mundo como una salpicadura de aceite
Tal como nos muestra la Historia de la Iglesia esta
ejemplaridad de vida cristiana se fue perdiendo con el trascurso de los años y
cuando esto sucedió, hubo que pensar en otra alternativa para alimentar y mantener viva la llama de la fe. La Iglesia Católica
favorecida por el poder político y sirviéndose de las instituciones se entregó
por entero a la función magisterial con el fin de blindar y poner a salvo al naciente
cristianismo de cualquier peligro y
contingencia. En el adoctrinamiento, como suele ocurrir, la Iglesia encontró un arma invencible, capaz de hacer frente a
cualquier situación que se presentara. Durante muchos siglos los sínodos y los
concilios fueron marcando las pautas según las necesidades y exigencias de los
tiempos. Los Doctores y Padres de la iglesia desarrollaron e ilustraron con su pensamiento
filosófico -teológico el depósito
recibido. Todo ello en el marco de una cultura homologada que se mostraba respetuosa con la voz de la
iglesia siempre incontestada e
incontestable. Fueron los tiempos
dorados de una Iglesia vigorosa erigida en árbitro y juez, muy segura de sí misma.
Los tiempos han
cambiado y las cosas hoy se ven de distinta manera incluso desde el mismo seno
de la Iglesia católica. Algunas doctrinas, por ejemplo, las correspondientes a
la confesionalidad del Estado, pena de muerte, etc. han dejado de ser seguras
por mucho que estuvieran enraizadas en la tradición y otras, ha sido la propia Iglesia la que incluso, las
ha considerado equivocadas, llegando a pedir perdón por no pocos desatinos del pasado. En cuanto a los dogmas si bien su veracidad
no es puesta en cuestión, sí están
siendo reinterpretados, al menos algunos de ellos, con el fin de hacerles
compatibles con las exigencia de los tiempos modernos. Me voy a referir a dos
de ellos de excepcional importancia para la vida de la Iglesia Católica. Comenzaré por aquel cuya formulación no puede
ser más precisa y concisa. “ Extra Ecclesiam nulla salus” ( fuera de la Iglesia
no hay salvación). Invito al lector a que compare lo que en el seno de la
Iglesia se decía sobre el mismo, antes del Concilio Vaticano II y después del
Concilio Vaticano II . Hoy dado el clima
de cordialidad entre la Iglesia Católica y el resto de las Iglesias
Cristianas no puedo imaginarme las
enormes dificultades que han debido tener los últimos papas a la hora de justificar y explicar el significado y alcance
de este dogma, sin suscitar animadversión y escándalo entre los hermanos
separados.
Algo parecido
sucede con la infalibilidad del papa.
Este dogma que fue definido en el concilio Vaticano II por Pio IX en 1870 con la intención de fortalecer la
autoridad del Obispo de Roma, seguramente consiguió su objetivo; pero no es
menos cierto que en la actualidad se presenta como el principal obstáculo para
que se pueda llevar a feliz término la tan ansiada y necesaria unidad del cristianismo
según los deseos de su Fundador. “El
Papa, lo sabemos, es el obstáculo más grave en la ruta del ecumenismo” son palabras que Pablo VI pronunciara ya el 28 de Abril de 1967 con
motivo de una audiencia a los miembros del Secretariado para la Unidad de los
Cristianos. Por su parte el Papa Francisco en el 1916 ante la demanda de Hans
Küng, se habría mostrado dispuesto según el prestigioso teólogo, a abrir un debate libre
sobre el dogma de la infalibilidad del sucesor de Pedro. Lo cual pone de
manifiesto que es bueno seguir hablando
sobre este tema para encontrar adecuada solución a los diversos frentes
abiertos en torno al mismo.
En principio nos encontramos con que el
pluralismo no es sólo una característica propia de la cultura posmoderna con la
que el actual cristianismo está llamado
a entenderse, sino que ese mismo pluralismo comienza a ser una exigencia dentro
del mundo religioso. La inflación teológica es tan grande y la riada
doctrinaria tan sobreabundante que si Jesucristo tuviera hoy que volver a
nuestro mundo necesitaría de cursos intensivos para poder ponerse al día.
Naturalmente compaginar tanta diversidad con los personalismos de cualquier
signo, no es tarea fácil. Es un hecho que la Iglesia se encuentra en una situación
delicada de puertas adentro y aún mucho más si cabe de puertas afuera. Dentro del seno de la propia Iglesia Católica
la autoridad magisterial del Papa es hoy
cuestionada no solamente dentro del progresismo, sino también por algún sector
reaccionario como lo demuestra el numerito montado por los cardenales de los
“dubia” o la no menos pintoresca bufonada protagonizada por un grupo de
sacerdotes pidiendo a los obispos del mundo en una carta que declaren hereje al
papa Francisco. No le faltaba razón al
cardenal Ratzinger cuando dijo “que existe una profunda inseguridad en
relación con la fe y la doctrina de la Iglesia” ; pero hay algo más,
nuestra forma de vivir el cristianismo está siendo poco ejemplar y todo ello
crea desconcierto y vacilación
Hay que reconocer que Roma, con lo que está
cayendo, necesita de grandes dosis de discreción y prudencia para templar tantas
gaitas. Su silencio lo que nos trasmite
es que seguramente no está en situación de emplearse con la contundencia de otros tiempos y no es poco
mantenerse a flote entre dos aguas o más. Las corrientes internas dentro de la
Iglesia están obligando al papa Francisco a hacer de mediador entre tendencias
de signo diferente. En el campo de la
ortodoxia desde hace tiempo la corriente aperturista ve como necesario un desarrollo
de los dogmas para que la fe no acabe extinguiéndose, mientras la corriente conservadora considera alevoso cualquier cambio porque se
piensa que en teología todo lo que había que decir desde hace mucho tiempo que
está dicho ya. En tan complicada situación no es nada fácil ser Pastor
Universal y siempre habrá alguien que le tache de ambiguo, mientras otros le
acusen de hereje. Para algunos el Papa emérito es la referencia
y Bergoglio es un intruso. No deja de
ser un disparate pensar que mientras Benedicto “per conservar la fede perde la sede” en tanto que Francisco “per conservar la sede perde la fede”
En
el ámbito de la ortopraxis las cosas deberían ser más fáciles.
Hay cuestiones como pueden ser el caso de los curas casados o la incorporación
de la mujer a la vida de la Iglesia que podían afrontarse con decisión, dadas
las necesidades del momento; pero el hecho es que no deja de producir vértigo poner
fin a muchos siglos de tradición. Ahora que las expectativas sobre el diaconado
femenino acaban de quedar frustradas no sabríamos decir si es que Francisco no
se ha atrevido, no ha podido o es que no
le han dejado. En cualquier caso si un día llegara el momento de emprender alguno
de estos viajes, el sucesor de Pedro con toda seguridad querría ir bien arropado y acompañado, tal como en su día
lo dejaran entrever aquellas palabras de Pablo VI :” por mi parte estoy dispuesto a que varones cristianos casados accedan
al sacerdocio, siempre que el Sínodo así lo acuerde”. De momento nadie parece estar dispuesto a dar
un paso adelante y sí a pasar la patata caliente. En una ocasión Juan Pablo II se expresaba así:
“ Sé que esto va a suceder ; pero que yo
no lo vea”.
Sin restar importancia a la problemática
interna en que hoy se debate la Iglesia Católica no podemos pasar por alto su
borrosa proyección en el mundo con el que está llamado a entenderse. El signo
de los tiempos ha cambiado. Atrás ha quedado ese mundo cristianizado en el que
la Iglesia ocupaba un lugar privilegiado. Ahora con lo que nos encontramos es
con un mundo hostil, que se revela contra el mensaje evangélico y con una
Iglesia vulnerable y arrinconada, considerablemente mermada en su capacidad de influencia y adoctrinamiento,
que no acaba de encontrar la clave, ni base sólida para entablar un diálogo
serio y constructivo con la cultura posmoderna, como lo demuestra el hecho
cierto de que la crisis religiosa no solo persiste, sino que va tomando cada
vez más auge. Por no tener hoy, ni siquiera se dispone de un lenguaje común con
el que la Iglesia y la cultura posmoderna pudieran entenderse, a lo más pueden compartir algún vocablo o gesto.
Humildemente hay que reconocer que los católicos
en algo hemos debido fallar para que la
gente se pregunte de forma generalizada ¿ Es posible hoy seguir siendo
cristiano? cuando la pregunta debiera ser ¿podemos por más tiempo prescindir de
Dios?. Es verdad que la cultura de nuestro tiempo es la que es; pero el catolicismo forma también parte de
esa cultura y debiera hacerse notar. Nuestro catolicismo en lugar de ser fermento,
le vemos condicionado por el miedo, la
inhibición y silencio, eso cuando no se presta a hacer el caldo gordo a
relativismos políticos institucionalizados que dejan mucho que desear. Se echa
de menos una correcta lectura para poder discernir lo pernicioso que nos está
llevando a la ruina de aquello otro que por ser positivo deberíamos asumir como
perteneciente a una cultura que es también la nuestra . Después de haber
escuchado decir al Papa Francisco: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por
salir a la calle, que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de
aferrase a las propias seguridades”; uno
piensa que muchas cobardías debieran desaparecer para enfrentarnos con valentía
a un materialismo ramplón y también para explorar con libertad de espíritu
muchas de las potencialidades del humanismo laico e intentar desde la inmanencia
de la utopía humanitaria abrir las puertas de la religiosidad cristiana a
muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo. Da
la impresión que la Iglesia se ha automarginado y así es muy difícil frenar la
descristianización. En cualquier caso a la
hora de entablar dialogo con la cultura posmoderna hemos de tener claro que
nuestro mundo carece de oídos para escuchar una teologías excesivamente
intelectualizadas; pero tiene los ojos bien abierto para distinguir lo
auténtico de lo que no lo es