Mis vivencias sobre Nôtre Dame
Por Pedrojosé
Ynaraja
Pese a la
tardanza, no podía ser menos que los demás, teniéndole tanto aprecio. Advierto
empero, que no escribo por puro mimetismo, en más de una ocasión, y en el
ámbito virtual, que es muy real, de betania.es me he referido a este templo.
Lo he
visitado tres veces y las tres acompañado de máquina
fotográfica. Si lo advierto es porque el fotógrafo mira y ve dos veces. La
primera es semejante a la de todo quisque, la
inmediata segunda, lo hace pensando que imagen merece conservar para uno mismo
y para compartir con los demás. Es selectivo y observa más.
LA PRIMERA VEZ
Mi primer
encuentro fue por la década de los 60 del pasado siglo, íbamos camino de Bélgica
y si digo que el cuentakilómetros del vehículo señalo 120km en 24h de estancia
en París, el lector comprenderá el poco tiempo que pudimos dedicar a cada
sitio. Porque si Nôtre Dame era imprescindible, no
menos lo era llegar al “Sacre Coeur” de Montmartre,
lugar al que me empeñé en llegar en el Peugeot que conducía y con seis monjas
que me acompañaban. Aceptaban ellas que pretendiera prescindir de esta última
visita, ya que atravesar Pigalle y conseguir llegar a
la cima, prescindiendo del sinfín de las típicas callejuelas escalonadas que
allá suben y que son impracticables para tal mecánico semoviente, es una
heroicidad. Dos de ellas todavía viven y recuerdan tales aventuras.. Y arriba la corona de espinas milagrosamente salvada del
incendio
PÓRTICOS ROMÁNICOS Y GÓTICOS
Como tantas
veces me ocurre, me había desviado. Vuelvo, pues, a la Catedral de la que
pretendo escribir. Tengo especial predilección por los pórticos románicos y
góticos, ya que envuelven ricos contenidos bíblicos y teológicos, además de,
con frecuencia, graciosas representaciones en sus amplios relieves. Recuerdo
muy bien que al respecto la siguiente visita iría con un buen teleobjetivo.
Admiré, sí, el Cristo del parteluz, los apóstoles y tantos acompañantes que
allí aparecen. De inmediato penetré en el recinto. Como me sentía sumamente
asombrado por aquellos muros que sostenían maravillosas bóvedas de crucería y
preciosos rosetones, me sentí empequeñecido y hambriento a la vez. Busqué el Sagrario. Me arrodillé y le dije al Señor: pese a todo lo
que he visto, Tú eres más importante. Te rindo pleitesía, adoración y súplica.
SEGUNDA VEZ
Tenía tanto
interés de conservar la imagen de Cristo y la de su santa Madre, que no
recuerdo otra cosa de la segunda visita. Fotografié con detenimiento y observe
que, pese a los muchos turistas que deambulaban por el recinto, se gozaba de un
relativo silencio. Los guías se expresaban en voz baja con micrófono, los
acompañantes, provistos de auriculares comunicados por radio, escuchaban muy
serios. Conocía el método, pero fue la primera vez que lo observé.
LA TERCERA
La tercera
vez, gozando de menos limitaciones, fotografié con cámaras digitales a gusto,
observe “leyendo” la Biblia en imágenes y sus conjuntos, en descripciones de pasajes evangélicos y en figuras míticas tan fotogénicas. En
el interior esta vez visité el museo. La famosa túnica de Luis estaba en
reparación y la corona de espinas, por lo que leo, no se muestra más que en
días privilegiados. Respecto a esta singular y devota pieza, últimamente he
indagado porque allí se guarda y no en la “Sainte Chapelle”. He aprendido que desde hace siglos están en Nôtre Dame. La famosa capilla destinada a protegerla la
edificó el rey San Luis IX para albergar, además de la dicha corona, un
fragmento de la Cruz. Dicen las crónicas que el precio que pagó por ellas fue
el triple de lo que le costó la “Sainte Chapelle”, que yo he visitado una sola vez y todavía me
dura el empacho de tanta preciosa vidriera con sus imágenes correspondientes.
Si leo que en ellas están representadas 1.113 escenas figurativas, comprenderá
el lector que no recuerde ni una. Añádase que al estar dentro del espacio de un
ministerio, además de pagar entrada, debe uno someterse a un elemental cacheo y
entrar desprovisto de cualquier objeto sospechoso, por pequeño que sea,
llámesele cúter.
UNA ESPINA
Debo volver a
lo que venía describiendo. De esta corona, el santo rey se desprendió por lo
menos de una espina, que entrego a su hijo Felipe III el atrevido (Philippe le Hardi, en francés)
que la puso en la empuñadura de su espada. Murió el atrevido, que no lo fue, en
Perpignan sin testamentar respecto a la santa
reliquia, de manera que pasó a la parroquia correspondiente al Palacio de los
Reyes de Mallorca, que en esta ciudad poseían, sin habitarla. Un amigo
sacerdote me la mostró piadosamente un día, besándola con mucho respeto. En el
museo al que me venía refiriendo, observé una casulla de las que se sirvieron
los sacerdotes que asistieron a las JMJ que allí se celebraron y cuyo diseñó se
encargó a un famoso modisto. Obsérvese la atrevida distribución de los colores,
que no es la que uno pudiera corresponder a cierta realidad social de nuestros
días.
RENOVAR FOTOGRAFIAS
De la tercera visita recuerdo mi interés en renovar las
fotografías, poniendo el acento en Santa María, que es quien daba nombre al
monumento arquitectónico. Además del Sagrario, me
dirigí a continuación a la imagen que centra las miradas. También en este
espacio me sentí espiritualmente bien. Unas láminas a DinA4 ofrecían el texto
de las mejores y más tradicionales oraciones dirigidas a la Virgen, para
facilitar la plegaria. Recé lo más devotamente que pude y supe. En los dos
espacios, el de la imagen y el del Sagrario, me
encontré siempre acompañado de otras personas que allí rezaban. Todas estas
cosas venían a mi mente mientras observaba el otro fatídico día, por la TV el
incendio.
LA AGUJA
Reconozco que
al observar el declive y desplome de la aguja, me pregunté ¿pero que era esta
enorme puya? Cuando una cosa no me gusta, no paro mientes en ella, así que no
me había fijado nunca en la tal asta. Busqué entre las muchas fotos y encontré
una en la que se la distinguía y recuerdo ahora que al ir a recoger el coche,
miré nuevamente el edificio y pensé con displicencia: desde este ángulo no
tengo ninguna, voy a sacarla. Me he interesado ahora y enterado que se levantó
en siglos posteriores a la edificación de la catedral y de que costó la tala de
innumerables robles que encajaban unos en otros como las piezas de un enorme
Lego, recubriendo el conjunto con planchas de plomo.
SALVÓ LA EUCARISTÍA
No puedo
acabar sin referirme al sacerdote, el capellán propio de ese cuerpo de
bomberos, que acudió con los primeros y, jugándose la vida, salvó enseguida la
Eucaristía y de inmediato las mejores piadosa piezas del museo. (algunos medios se han referido a su historial misionero por
el ancho mundo, que ha sido ejemplar)
Mientras tanto multitud de turistas grababan con sus móviles, o celulares, como quiera llamárseles, el incendio, se sentían privilegiados espectadores. Otros, que eran muchos, rezaban cantando o desgranando el rosario. Se han multiplicado posteriormente otras súplicas, Via-incluido, en sus alrededores.