Sobre el Padre Nuestro (12)
La actitud más peligrosa
Pbro. José Martínez Colín
1) Para saber
Se cuenta que en cierta ocasión el demonio acusó a Dios de injusto:
“No hay derecho. Yo te ofendí una vez y estoy condenado para siempre. En
cambio, los hombres te ofenden miles de veces y miles de veces, y siempre, les
perdonas”. Ante esa acusación Dios simplemente le preguntó: “Y tú, ¿acaso me has
pedido perdón alguna vez?”
El
Papa Francisco dedicó ahora su catequesis al perdón que pedimos en el Padre Nuestro:
“Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos
ofenden”. Después de pedir el pan de cada día, ahora pedimos el perdón, también
cada día. Necesitamos ambas cosas.
Hemos
de reconocer que muchas veces nuestro actuar no corresponde a la Voluntad
divina. Hay pecados de pensamiento, de palabra, de obra y de omisión, como
reconocemos al empezar cada Santa Misa. Pues la actitud más peligrosa de toda
vida, dice el Papa, es la soberbia que nos hace creer que somos perfectos, que
no tengo nada de qué arrepentirme. El soberbio cree que hace todo bien y por
eso critica a los demás.
2) Para pensar
En una ocasión un ex-prisionero de un campo de concentración nazi
fue a visitar a un amigo que había compartido con él tan penosa experiencia.
Tras saludarse como hermanos, la conversación recayó sobre los
recuerdos de la injusta prisión, el horror y crueldad de los guardias. El
visitante le preguntó a su amigo: “¿Has perdonado ya a los nazis?” Su amigo le
contestó: “Pues no. Aún sigo odiándolos con toda mi alma”. Su amigo le dijo
apaciblemente: “Entonces, aún siguen teniéndote prisionero”.
Es
preciso perdonar para romper con el lazo del resentimiento que no nos deja
estar en paz.
3) Para vivir
Contaba
el Papa Francisco que había una vez un convento de monjas, siglo XVII, en la
época del jansenismo: eran perfectísimas y se decía que eran purísimas, como
los ángeles, pero soberbias como demonios. Aunque la soberbia no se ve, es algo
muy feo, hace suponer que somos mejores que los demás. Pero ante Dios todos
somos pecadores como escribe San Juan: “Si decimos que no tenemos pecado, nos
engañamos y la verdad no está en nosotros” (1 Jn 1, 8).
Ante
Dios siempre somos deudores, por lo mucho que hemos recibido: la existencia, un
padre y una madre, la amistad, las maravillas de la creación… Y porque todo
aquello que hacemos, incluso amar, lo hacemos con la gracia de Dios. Ninguno de
nosotros brilla con luz propia. Es lo que se le conoce como “el misterio de la
luna”, referido tanto a la Iglesia, como a cada uno de nosotros: Así como la
luna no tiene luz propia, pues refleja la del sol. Así tampoco nosotros tenemos
luz propia, sino reflejamos la luz de Dios. Amamos, porque hemos sido amados;
perdonamos, porque hemos sido perdonados.
Ninguno
ama tanto a Dios como Él nos ha amado. Basta ponerse ante un crucifijo para
comprender la desproporción: Él nos ha amado y nos ama siempre a nosotros
primero. Por ello, el Papa nos anima a no dejar de mirar a Cristo en la Cruz,
para que su amor purifique todas nuestras vidas y nos libre del orgullo de
pensar que somos autosuficientes. Así, la gracia de la resurrección de Cristo
transformará totalmente nuestra vida. (articulosdog@gmail.com)