Semana Santa y Pascua
Padre Pedrojosé Ynaraja
Me resulta imposible escribir estos
días refiriéndome a hechos o lugares, pues, lo que llena mi espíritu y estimula
mi imaginación, son las celebraciones pascuales que se acercan.
Dudando de si mis propósitos
pudieran o no corresponder al titular, he acudido a la definición que
proporciona Wikipedia: “reportaje consiste en la narración de sucesos o
noticias de cualquier tipo de información. En términos generales, un reportaje
es un trabajo documental planificado, y su propósito es informar. A pesar de ello,
puede incluir opiniones personales del autor”.
Me tranquiliza pensar que mis
propósitos iban por buen camino.
Pascua es una solemnidad cristiana
universal. Su situación en el tiempo corresponde a los días que la luna llena
luce en la primavera del hemisferio norte de la tierra. No debe extrañarnos
esta fijación. Durante este periodo, tanto en las culturas beduinas, como en
las agricultoras, ocurren fenómenos muy importantes para la subsistencia de las
tribus: nacen animales y brotan las espigas, ambas cosas les son
indispensables.
La luna, la que observamos todavía
hoy, la que influye en las mareas y, como están convencidos tantos labradores y
madereros, también intervienen en la oportunidad de siembra de sus semillas o
la tala de sus árboles, fue protagonista muda de los misterios más sublimes de
la Fe judaica y cristiana.
La luna, evidentemente, es
lunática. Libre, sin llegar a caprichosa. Es rival del sol, muy superior a
ella, pero le sobrepasa en vistosidad. Es más atractiva y presumida, y es el
único testigo que nos queda de los misterios de la Pasión, Muerte y
Resurrección del Señor.
El cambio de sus fases no tiene
paralelismo exacto respecto al calendario que usamos. Añádase que la cultura
cristiana se rige por dos anuarios; el llamado Juliano, aceptado por tierras
orientales y principalmente por las Iglesias Ortodoxas, y el Gregoriano, más
extendido mundialmente.
Rigiéndonos por el calendario
Gregoriano, este año 2019 la luna llena se asoma a los terráqueos el día 19 de
abril. De acuerdo con ello la Fe Judía celebra exactamente su Pesaj o Pascua, ese mismo día, prolongando sus fiestas
hasta el 26.
La Fe cristiana, a partir del
Concilio de Nicea (año 325), celebra la Pascua el domingo siguiente a la
aparición de esta luna. De acuerdo con el gregoriano ocurrirá el 21, para los
que siguen el juliano corresponderá a nuestro 28 de abril.
La comunidad que imaginamos,
bastantes días antes, en un panel muy visible, se pone una fotografía de la
luna llena y a su lado un diseño de acuerdo con sus cambios, como el que
aparece en la ilustración
Jueves Santo
Los grandes espacios, catedrales o
parroquias, no son los más propicios para meditar el misterio correspondiente a
este día. Facilita el encuentro hacerlo en plena naturaleza, en cualquier
bosque que pueda ser el escenario imaginado del olivar de Getsemaní donde
ocurrió el misterio. Cada uno tiene una foto de la luna azulada. Se apoya en un
árbol, siente el frío propio de la estación. Como le pasó al Señor. La postura
no es cómoda, ni corresponde con la de Jesús al cabo de un rato. Tiritaba, no
era capaz de sostenerse. Su faz rojiza contrasta con la iluminación azulina.
Alguien ha leído brevemente el
texto evangélico y ha ilustrado sobre el fenómeno del sudor de sangre. En el
Google hay suficiente información sobre la hematidrosis. Se ha repartido un
clavo de gran tamaño, de los de cualquier ferretería, para tenerlo en la mano e
imaginar el temor de Jesús a su muerte próxima.
Se alejan los asistentes. Cada uno
en solitario quiere acompañar la soledad del Señor, sumido en el miedo y en la
duda.
Finalmente se pregunta cada uno en
su interior ¿Por qué se decidió Cristo a dejarse coger, para con su Pasión
salvarme, siendo como soy un pecador? ¿para qué si
tanta gente no le haría ningún caso? ¿fue inútil,
estúpida y malograda su decisión?
Una señal ha convocado a la
comunidad dispersa. Repiten juntos el canon: oh, oh, adoramus
te Domine.
Viernes Santo
Al día siguiente, alrededor
de una desnuda cruz de troncos, sostenida primero brazos en alto, sobre la
comunidad, para que su valor descienda e impregne de Fe y valor a los reunidos
y ya en el suelo, se ha recordado que la asamblea presente no está para asistir
a un triste funeral. Se trata de recordar que Cristo muerto, es sepultado por
los y con los pecados de los hombres, con los de cada uno y por los de todos.
Escribe cada uno, pues, en un
papelito, el pecado más concreto que desea que este año se entierre con Él. Se
acerca a la cruz que está en el suelo, descansa su frente en ella, la besa.
Ahora toma el papel y lo deja caer en el brasero, añadiendo un poco de
incienso.
Al principio no se sabe si el humo
que se desprende proviene del papel de los pecados o del perfume depositado en
las brasas.
La sincera humilde adoración,
supera siempre la maldad de las faltas. Reina la paz espiritual.
Solemnemente se canta: Victoria, tu
reinaras, oh Cruz, tu nos salvarás.
Al separarse, recibe cada uno una
fotografía rojiza de la luna. Ella ha contemplado a la asamblea teñida de amor.
Los cristianos coptos valientes se
tatúan, signo de compromiso y de valentía, una cruz en el brazo. Aquí no se ha
llegado a tanto, pero se los ha recordado.
Sábado Santo por la noche
Cuando uno sabe que alguien muy
querido llegará al amanecer, no se queda cómodamente esperándole a que venga a
su casa a visitarle. Será él quien se desplazará la víspera al aeropuerto, para
que en cuando la persona tan querida y deseada descienda del avión y pase los
correspondientes trámites, de inmediato se encuentre
con el amigo que le está ansioso esperándole.
Algo semejante le ocurre al
cristiano cuando se acerca la aurora de la Pascua. En la iglesia escuchará
lecturas, cantará…. Pasará el rato más o menos santamente.
La liturgia de esta Vela, la de la
Vigilia Pascual, se inicia con las luces apagadas, a oscuras totalmente, para
así experimentar, de alguna manera, lo que representa una vida sin Fe. El fuego
nuevo, su luz y calor, será buen símbolo de Cristo resucitado que cambia su
sentido de la vida, que a partir de entonces gozará de Esperanza.
La legislación civil no permite
encender fuego por estos parajes, además si se reuniera la asamblea ante la
fachada de la iglesia, una farola que permanece encendida toda la noche, como
las demás que iluminan las calles, dificultarían la meditación.
En el interior, una hoguera de
troncos, cuya llama brotase del pedernal, como indica la liturgia, llenaría de
humo la estancia…. Continuar dentro sería insoportable.
Se ha mutado el combustible. Le
falta belleza, sí, pero su inquieta llama surgida de la invisible superficie
estimulará la sensación de misterio.
Se ha escogido un recipiente de
cobre antiguo. Se ha llenado de alcohol de cuya combustión no se desprenderá
humo. Ahora bien, dado que no iluminaría, se le ha añadido sal común y la llama
se tornará cálido color. O de cualquier sal de cobre, la vulgar piedra azul
(sulfato de cobre, que protege los viñedos) y en este caso sus irisaciones
azuladas, sugerirán con el gozo de la inquieta llama, el misterio que la
reunión encierra y en el que se encuentra feliz.
Han pasado cuatro horas. Algunos se
han dormido, como en los aeropuertos. Ha habido momentos de gran solemnidad. No
es preciso narrarlas. Pregón, ofrendas, oración y comunión responden al
programa previsto.
Al salir se ha entregado un
guijarro como los que se encuentran en la playa o a las orillas de los ríos,
con una etiqueta que dice: al vencedor le daré una piedrecita blanca y grabado
en la piedrecita un nombre nuevo que nadie conoce, sino el que lo recibe. (Ap.
2,17).