Posponer
P. Fernando Pascual
9-4-2019
Lo hacemos con frecuencia:
posponer. Una tarjeta por clasificar, un correo por responder, una limpieza por
empezar, una llamada pendiente...
La lista de asuntos y acciones
que posponemos es más o menos grande. Suponemos que habrá tiempo luego, y
preferimos hacer otra cosa ahora.
En ocasiones, posponer es algo
no solo necesario, sino imprescindible. Si no pospongo esa conversación con
alguien que habla sin parar no tendré tiempo para atender a una persona que realmente
lo necesita...
En otras ocasiones, posponer
puede ser un acto de pereza: prefiero seguir con algo más fácil o más agradable
en vez de afrontar un asunto que requiere mayor atención y esfuerzo.
El problema es que tantos
asuntos siguen allí, y habrá que encontrarles tiempo. Posponerlos no arregla
nada y, en ocasiones, desgasta por tener que volver a verlos dos, tres, incluso
más veces.
Por eso, antes de posponer una
acción posible que aparece ante mis ojos o que surge desde la petición de
otros, vale la pena evaluar brevemente si puedo acometerla ahora o si es mejor
distanciarse un poco o dejarla para un momento mejor.
Porque, conviene subrayarlo,
hay asuntos que merecen ser pospuestos y que afrontaríamos de modo inadecuado
si nos dejásemos arrastrar por las prisas o por un imprudente "lo hago
rápido para quitármelo de encima".
Posponer, como tantas otras
decisiones humanas, puede ser algo bueno o algo malo. Lo importante es saber
distinguir cuándo es correcto dejar esta respuesta para después, y cuándo ha
llegado el momento de sentarse ante el teclado y enviar un mensaje a quien lo
espera ahora con urgencia.