CELIBATO SACERDOTAL
Padre Pedrojosé Ynaraja
Soy consciente de que en mis
comentarios me repito más de una vez, si no fuera así tal circunstancia
delataría, seguramente, falta de coherencia personal. Escribo esto ahora que
soy viejo, muy viejo, por tanto se me podría tildar de oportunista, de opinar condicionado
por mis actuales carencias y posibilidades. Ahora bien, durante mi
bachillerato, aquel de 7 cursos, y antes de entrar en el seminario, me enamoré
más de una vez y más de una vez alguna chica se enamoró de mí. Posteriormente,
durante mis 38 años de capellán de La Llobeta, con
pocas obligaciones ministeriales y escasas exigencias de la autoridad
correspondiente, por aquella casa pasaron personas, masculinas y femeninas, de
los cinco continentes. A los “Encuentros de búsqueda y amistad de orientación
cristiana” vinieron muchos jóvenes, también yo lo era, y en más de una ocasión
se planteó el tema del celibato sacerdotal. Discutimos mucho y, generalmente,
yo preguntaba ¿qué chica creéis que quisiera casarse conmigo? Evidentemente, la
vida que llevaba, mis actividades y criterios misioneros, no hacían apetecible
a nadie vivir en compañía un tal estado.
(He de reconocer que más tarde,
alguna divorciada, ex religiosa o mujer descontenta de su situación y
compromisos, sí que de alguna manera pretendió “pescarme”. No me siento, pues,
fracasado, sino que libremente he escogido el celibato y con la Gracia de Dios,
he vivido fiel a él).
Más que divagar e imaginar teorías,
creo yo, debería fijarse uno en la experiencia de los que ejercen en iglesias, ordinariatos llegados del anglicanismo, o en confesiones
cristianas, en las que no entra el compromiso del celibato. Sería preciso
indagar la experiencia en ellas, por parte de los llamados pastores,
presbíteros o ancianos, y si no se dan casos de pederastia, adulterio o
suicidio, en estas comunidades.
Más bien creo yo, es preciso
delimitar un estatuto sacerdotal para la realidad de hoy y de cada sitio en
particular. Que muchos quehaceres sacerdotales no les son estrictamente
propios, aunque se los haya atribuido y no le otorguen felicidad plena. Que
mucho poder y autoridad que se atribuyen, no les corresponde y que muchas
particularidades de su vocación, las ignoran, ejerciendo de funcionarios, que
como tales están inclinados a ser “trepas” que así los llama tantas veces, el
Papa Francisco.
Siempre digo, repito y solicito,
que debería estudiarse y definirse un poco cual era el obispado del apóstol
Pablo. El de Pedro fue inicialmente Antioquia de Siria, en la actual Turquía,
más tarde en Roma y con territorialidad propia han continuado ejerciendo sus
sucesores, de aquí que quien de la Ciudad Eterna es su obispo, tenga la misión
de confirmar a sus hermanos (Lc 22,32)
Repito también la imperiosa
necesidad de profetas que tiene nuestro tiempo y que no necesariamente es
preciso que sean santos.
Si hay que reconocer que no son
exclusivos los ejemplos americanos, en otros continentes también ha habido y
hay, se me ocurre ahora ofrecer una lista de indiscutibles profetas, que
vivieron o viven en el Nuevo mundo.
San Oscar Romero, el sin duda
ejemplo preclaro. Mons. Leónidas Proaño, singular ecuatoriano. Comprobé un día
en Taizé, el impacto que su presencia y discurso
impactaron en la numerosa asistencia que coincidía con su visita. Mons Helder Cámara, brasileño santo
e inquietante, al que tuve el privilegio de conocer personalmente un día y
tanto bien me hizo. A mí y a tantos otros que por Europa le escucharon. Tanto
Proaño, como Camara, fueron candidatos al Nobel de la
Paz y al no conseguirlo, al segundo, con espontaneidad, numerosa juventud y por
su cuenta, se lo otorgó “honoris causa”. Mons
Pere Casaldáliga que en su condicionamiento parquinsoniano continúa siendo elocuente y ejemplar
apóstol, que tantos de los que viven próximos a él y a miles lejanos, todavía nos
evangeliza.
La incomodidad que supone el
profetismo y el riesgo personal que implica, ya que no son poseedores de
ciencia divina infusa la han sufrido los hasta ahora citados. Quiero añadir
algún ejemplo de quienes no han sido prelados y su quehacer ha sido y es
discutible. P. Gustavo Gutiérrez, el principal ideólogo de la Teología de la
Liberación, denostado un tiempo, reivindicado por el mismo Papa ahora. El
testimonio martirial de Ellacuría y compañeros,
jesuitas ejerciendo su misión cristiana en el Salvador. P. Ernesto Cardenal, el
poeta místico aglutinador cristiano en Solentiname, discutida su actuación
política, indiscutible su lealtad a la situación canónica adversa, estos días
totalmente vuelto a poder ejercerla. Y no puedo dejar de mencionar al P. Camilo
Torres, el colombiano cura guerrillero, que si como tal no será buen ejemplo,
discutible para algunos, nadie duda de su honestidad heroica y de su magisterio
cristiano universitario.